Itálica fue cuna de
los emperadores Trajano y Adriano, y data del 206
antes de Cristo cuando Escipión el Africano la funda después de su victoria en
la Batalla de Ilipa a los cartagineses.
Las calles están pavimentadas, tienen sistema de saneamiento,
conducción de aguas y galerías. Los romanos aprovechaban los materiales de la
zona y de otras culturas para sus construcciones, así que según se entra, a
mano izquierda, si bajáis la vista y miráis al suelo, veréis alguna lápida
funeraria en la que se representa el prestigio del propietario que era poseedor
de un carro, representado éste de forma plana.
Cuando nos adentramos en la villa vemos un ejemplo de
civilización que convive con la naturaleza y con sus dioses, el ejemplo que
actualmente se debería seguir, la simbiosis con la naturaleza hace que el
hombre se encuentre consigo mismo.
Sus casas conservan las teselas de sus mosaicos que
representan a la Gorgona, a los dioses
del mar, signos del zodiaco, etc. Las casas patricias muestran la típica arquitectura romana,
en la que fácilmente nos podemos ver transportados a comienzos de nuestra era.
Según nos adentramos en la casa, veremos la disposición de las habitaciones, el
impluvium para recoger las aguas de la lluvia que habría previamente sido
canalizada por el sistema de tejas que formaba los tejados que cubrían las
habitaciones y daban al patio central. También muestras de peanas de dioses
lares y penates; avenidas y calles, parques y zonas de recreo y culturales.
Se puede ver el
teatro, en el mismo pueblo; y el espléndido anfiteatro, que se convierte en
circo y escenario de las naumaquias, el circo donde combatieron las fieras, las calles pavimentadas y los grandes foros
donde un día se levantaron los grandes monumentos de la administración guardan
un eco lejano en este singular mundo de ruinas y piedras reconstruidas. Visitar
Itálica es una invitación a vestir con toga romana. La historia la sitúa entre
las grandes ciudades de la república, y sobre todo, del imperio.