La llegada de Felipe el Hermoso a la Corte española fue un espectáculo digno de la mejor de las crónicas. Era llamado El Hermoso, pero su belleza parecía más ser exterior que interior. No era solo un joven de aspecto regio, sino que su presencia alteraba el tablero político de Castilla, enredado ya en la madeja de las ambiciones y lealtades de los grandes de España. Las facciones flamencas, lideradas por Ville y Veyre, olieron la oportunidad como el zorro olfatea al conejo, y se unieron para saquear los tesoros de la monarquía castellana, sin más objetivo que llenar sus bolsillos y consolidar su poder en una tierra que apenas comprendían. Mientras tanto, en Castilla, los poderosos del reino tomaban partido. Algunos, movidos por la marea imparable del flamenco recién llegado, traicionaron sus juramentos a Fernando, el rey veterano, en busca de favores de un príncipe que prometía el oro y el moro, pero cuyo destino sería tan breve como una llamarada en la tormenta, enfermo o ...