En la vasta épica de la Edad Media, donde los ecos de los combates resuenan entre castillos, espadas y armaduras bruñidas, la narrativa ha preferido, durante siglos, colocar a las mujeres en las sombras. Figuras pasivas, confinadas al telar o a la oración en conventos, mientras los hombres cargaban con la gloria y la sangre de la guerra. Sin embargo, si se escarba bajo esa superficie de relatos cómodos y simplificados, emergen historias de mujeres que, con acero en mano y mirada decidida, rompieron moldes y se enfrentaron al mundo de su tiempo. No eran pocas, y tampoco eran excepciones aisladas. Las tierras fronterizas de la península ibérica, perpetuamente envueltas en el filo de las luchas entre cristianos y musulmanes, eran un hervidero de caos donde las reglas de género se disolvían en favor de la supervivencia. Allí, las mujeres no solo tejían estrategias sino que también empuñaban armas, lideraban defensas y organizaban territorios mientras sus esposos o hijos estaban en ca...