La figura de la infanta Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias (1804-1844) tuvo un impacto crucial en la historia de la dinastía Borbón en España.
Su papel fue decisivo en los turbulentos años finales del reinado de Fernando VII, en especial durante la crisis sucesoria de 1832, cuando la vida del monarca se vio seriamente amenazada por un ataque de gota.
En ese contexto, las tensiones por la sucesión al trono se intensificaron y, aunque la Pragmática Sanción de 1830 aseguraba el derecho de la infanta Isabel a heredar la corona, las aspiraciones del infante don Carlos —hermano del rey y líder de los sectores más conservadores— no tardaron en aflorar.
María Cristina, esposa de Fernando VII y madre de Isabel, se encontraba en una posición vulnerable. Aislada de su hermana Luisa Carlota, quien permanecía en Andalucía; y, rodeada de cortesanos con inclinaciones carlistas, como el ministro de Gracia y Justicia Tadeo Calomarde, la reina temía que, tras la muerte de su esposo, don Carlos se convirtiera en rey.
Este temor no era infundado, pues por una parte, los diplomáticos extranjeros apostaban por el infante carlista como heredero legítimo y, por otra, los partidarios de éste ya celebraban una victoria anticipada.
Calomarde, que no dudaba en traicionar a sus aliados según su conveniencia política, propuso una regencia conjunta entre María Cristina y don Carlos, una medida que la reina consideraba como la única salida viable para evitar el caos de una guerra civil.
La historia cambió radicalmente con la llegada inesperada de Luisa Carlota a La Granja, el 22 de septiembre de 1832.
La infanta, con su carácter impetuoso y decidido, se enfrentó a los defensores de don Carlos, recriminando incluso a su propia hermana por su falta de firmeza ante la situación.
Aunque la famosa bofetada que supuestamente propinó a Calomarde ha sido objeto de debate, muchos la consideran una leyenda popular sin base documental, lógico, una bofetada si no se fotografía no tiene soporte documental, pero de aquella bofetada hubo testigos que pudieron ser quienes contasen fuera de la cámara lo que allí pasó, el mismo abofeteado pudo ser uno de los que contaron el suceso. Lo que sí es indiscutible es que su intervención alteró el curso de los acontecimientos, luego ya tenemos un fundamento para considerar que, efectivamente, hubo una bofetada que aclaró el tema.
A la bofetada Calomarde habría respondido: "Señora, manos blancas no ofenden", fue la forma que encontró de salir airoso de la situación advirtiéndole, con menosprecio total, que las ofensas o afrentas de una mujer nunca podían dañar la integridad ni honor de un hombre.
Aunque es común asociar la popularización de esta expresión al incidente mencionado, es importante señalar que ya en 1640 existía una obra titulada Manos blancas no ofenden, escrita por Pedro Calderón de la Barca durante el Siglo de Oro español. Quizás Calomarde aludió a esta frase de Calderón haciéndola suya. Sin embargo, su uso contemporáneo ha sido objeto de críticas debido a las connotaciones misóginas que implica, considerándose un reflejo de actitudes machistas arraigadas a lo largo de la historia, que desprecian y subestiman a las mujeres. Por otra parte puede considerarse la frase como una cortesía hacia una infanta y una mujer, dos condiciones, sin duda, en las que Calomarde estaba en desventaja, jerárquicamente no era más que un ministro, ni más ni menos, no comparable con la realeza; en cuanto a la condición de mujer, lo que muchos interpretan como machismo, en ocasiones no es sino un respeto a la mitad de la humanidad encargada de dar vida, de la mujer nacen los hombres y esto merece un respeto, mujer era la madre de Calomarde, su abuela, etc. Lo que se ha utilizaco como machismo, a veces no significa más que respeto. Con una mujer no se podía Calomarde batir en duelo, tampoco era correcto en la época, ni siquiera ahora, responderle con otra bofetada, así que recurrió a la pluma de Calderón que tenía la frase clave que le ayudaría a salir de aquel atolladero lo más dignamente posible.
Fernando VII, que empezaba a mostrar signos de recuperación, anuló el codicilo que había firmado el 18 de septiembre bajo presiones, restaurando así el derecho de su hija Isabel a la sucesión. La firma y la anulación da base para que los carlistas se considerasen en posesión de la verdad y luchasen hasta la extenuación por su causa y no desaparecieran nunca.
Este giro a favor de Isabel se consolidó en diciembre de 1832, cuando el rey otorgó a María Cristina el bastón de mando y le permitió asumir temporalmente las funciones de gobierno.
Sin embargo, durante ese breve periodo, fue Luisa Carlota quien ejerció una influencia decisiva sobre los asuntos políticos, en especial a través de su estrecha relación con Cea Bermúdez, primer secretario del Despacho Universal.
La intervención de la infanta aseguró la continuidad de la línea isabelina y frustró las aspiraciones carlistas, estableciendo las bases para las futuras Guerras Carlistas, que habrían de marcar la política española del siglo XIX.
El papel de Luisa Carlota no se limitó solo al ámbito político, sino que también se extendió al ámbito familiar. Madre de once hijos, sufrió importantes contratiempos personales, entre los que se encuentran los escándalos relacionados con su hija Isabel Fernanda y la trágica muerte de su hijo Enrique, Duque de Sevilla, en un duelo contra Antonio de Orleáns, Duque de Montpensier. Estos episodios marcaron la vida de una mujer que, aunque desempeñó un papel relevante en la política española, no pudo escapar de las tragedias que asolaron a su familia.
Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias fue una mujer de gran determinación cuyo protagonismo en los eventos de 1832 resultó fundamental para asegurar la sucesión de Isabel II. Su intervención, en un momento crítico, cambió el curso de la historia de los Borbones y evitó que la Corona cayera en manos de la facción carlista. Aunque a menudo eclipsada por otras figuras de la época, su legado perdura como un testimonio del poder que las mujeres, aun en circunstancias adversas, podían ejercer en la política de la España del siglo XIX.