Felipe I de Castilla, conocido como "el Hermoso", fue un personaje central en la política europea del final del siglo XV, movido por una ambición que le llevó a hacer de la obtención de la Corona castellana su principal objetivo.
Aunque su reinado fue breve, su obsesión por el poder dejó una marca imborrable en la historia de Castilla y su éxito parcial preparó el camino para que su hijo, Carlos V, se convirtiera en el monarca más poderoso de la Europa moderna.
Felipe nació en Brujas el 22 de junio de 1478, en el seno de una de las familias más influyentes de la época. Su padre, Maximiliano de Habsburgo; y su madre, María de Borgoña, configuraron un linaje que se encontraba en el epicentro de la rivalidad entre Francia y el Sacro Imperio.
La temprana muerte de María tras una caída de caballo dejó al joven Felipe como heredero del ducado borgoñón y su infancia estuvo marcada por las intrigas políticas que definieron la región.
Los nobles flamencos, desconfiados del control imperial de Maximiliano, impulsaron un consejo de regencia para mantener a raya las ambiciones del Sacro Imperio, mientras que la alianza con Francia se consolidaba con el compromiso matrimonial de Margarita, hermana de Felipe, con el rey Carlos VIII.
Desde joven, Felipe se vio obligado a lidiar con disputas entre su padre y los consejeros flamencos, así como con la tensión entre la burguesía urbana y la aristocracia. Este entorno conflictivo forjó en él un carácter altivo y una capacidad para la intriga política que se revelarían clave en su ascenso.
Con apenas dieciséis años, fue proclamado duque de Borgoña, Brabante y otros territorios, comenzando su carrera política con una autonomía que desafiaba incluso los intereses imperiales de su padre. Su política personal incluyó alianzas con Inglaterra y Francia, lo que generó roces irreparables con Maximiliano.
Sin embargo, en lo que respecta a su matrimonio, tuvo que someterse a la voluntad paterna. En un contexto donde Flandes y Castilla mantenían buenas relaciones comerciales, se acordó un doble enlace entre ambas cortes: Juan, el heredero de Isabel y Fernando, se casaría con Margarita de Austria, mientras que la infanta Juana sería la esposa de Felipe.
Aunque el matrimonio era un acuerdo de Estado, la atracción entre Felipe y Juana fue inmediata, pero las tensiones comenzaron a emerger, exacerbadas por las dificultades de Juana para adaptarse a la corte borgoñona y los intentos de sabotaje por parte de los consejeros de Felipe.
El panorama político dio un giro con la inesperada muerte del príncipe Juan y de su hermana Isabel, heredera de Castilla, junto con su hijo recién nacido. De pronto, Juana se convirtió en la heredera legítima de la Corona de Castilla y Felipe no dudó en reclamar esos derechos en nombre de su esposa.
Su prisa por viajar a Castilla para hacer valer estas pretensiones generó desconfianza en las cortes peninsulares.
En 1501, Felipe y Juana finalmente llegaron a España, donde fueron reconocidos como herederos, aunque Felipe mostró rápidamente su desdén por la vida en Castilla, prefiriendo regresar a Flandes, dejando atrás a una Juana embarazada.
Durante este tiempo, la situación política en Castilla se complicó. La nobleza castellana, descontenta con el gobierno de Fernando el Católico y alentada por Felipe, formó un "partido felipista" que defendía la transferencia del poder al flamenco, argumentando la incapacidad mental de Juana. Mientras tanto, Fernando buscaba afianzar una nueva alianza con Francia a través de su matrimonio con Germana de Foix, lo que acentuó la rivalidad con Felipe. Para evitar un conflicto abierto, en 1506 ambos acordaron en el Tratado de Villafáfila que Juana y Felipe serían los reyes de Castilla, y Fernando se retiraría a gobernar Aragón.
Felipe, sin perder tiempo, intentó consolidar su poder relegando a Juana y ganándose la confianza de las cortes castellanas. Sin embargo, se encontró con la resistencia de los grandes de Castilla, quienes se mostraron reacios a jurar lealtad al flamenco sin la presencia de la reina. Ante la presión, Felipe tuvo que compartir la apertura de las Cortes con Juana, pero logró manipular la situación para que se reconociera su autoridad. A partir de entonces, Felipe gobernó Castilla, desplazando a los antiguos aliados de los Reyes Católicos y reemplazándolos con cortesanos de su confianza, lo que generó tensiones en una Castilla ya debilitada por la crisis económica y las malas cosechas.
El súbito deterioro de la salud de Felipe en septiembre de 1506 truncó sus planes. Tras un paseo a caballo, cayó enfermo y, en pocos días, murió. Aunque su fallecimiento dejó un vacío de poder, Juana, que organizó el traslado de su cuerpo hacia Granada, no se limitó a la mera obsesión con su difunto esposo; su acción simbolizaba la defensa de los derechos dinásticos de sus hijos frente a las pretensiones de su padre, Fernando.
La historia de Felipe I, marcada por su ambición y su habilidad política, tuvo un impacto duradero en la configuración de la monarquía española. Aunque su reinado fue breve, su legado se perpetuó en la figura de su hijo Carlos V, quien consolidaría la hegemonía de la dinastía Habsburgo en Europa. Felipe no solo dejó una estela de intrigas y desconfianzas, sino que también marcó el inicio de una nueva era en la política europea, en la que la ambición y el poder se entrelazaron de manera inseparable.