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San José de Cupertino y sus Levitaciones

 


San José de Cupertino (1603-1663) es quizás el santo más conocido por sus numerosas levitaciones, un fenómeno que marcó profundamente su vida y su camino hacia la santidad. 

La infancia de José estuvo llena de dificultades. En la actualidad, probablemente habría sido diagnosticado con algún tipo de trastorno psiquiátrico, ya que no mostraba signos de gran inteligencia y a menudo se le veía con la boca abierta, en un estado de aparente ensimismamiento, lo que le valió el apodo de "boca abierta". Además, desarrolló un carácter difícil, posiblemente como respuesta a las burlas y la incomprensión de quienes lo rodeaban. Su situación se agravó cuando perdió a su padre a una edad temprana.

A pesar de estos obstáculos, José aspiraba a unirse a los franciscanos, aunque su falta de educación formal hizo que inicialmente fuera rechazado. 

Posteriormente, fue aceptado por los capuchinos, pero fue expulsado al cabo de ocho meses. 

Ante la negativa de su madre a recibirlo de nuevo en casa, su hermano, que era franciscano, lo acogió en su monasterio, donde José fue asignado a cuidar el ganado.

Con el tiempo, José experimentó una notable transformación. 

Su temperamento se suavizó y comenzó a desempeñar sus tareas con mayor eficacia, lo que llevó a que los franciscanos le permitieran estudiar para el sacerdocio. Finalmente, fue ordenado sacerdote en 1628.

Después de su ordenación, José adoptó una vida de severas penitencias, incluyendo ayunos rigurosos y a menudo comía alimentos sólidos solo dos veces por semana. 

Fue en este contexto de intensa devoción y mortificación donde comenzaron a manifestarse sus éxtasis espirituales, especialmente durante la celebración de la Misa o al contemplar imágenes sagradas.

Durante estos éxtasis, José a menudo levitaba, elevándose a unos pocos centímetros del suelo. Estas levitaciones se volvieron tan frecuentes que comenzaron a atraer la atención de muchas personas. 

Durante el proceso de canonización, las autoridades eclesiásticas confirmaron al menos setenta casos en los que José fue visto levitando en presencia de testigos.

Uno de los episodios más notables ocurrió durante la visita de un embajador español a Italia. El embajador, impresionado por su encuentro con José en su celda, quiso presentarle a su esposa. Mientras la pareja esperaba en la iglesia, José entró y, al ver una estatua de la Virgen María, se elevó tres metros en el aire, volando sobre la multitud hacia la estatua. Allí oró, antes de regresar volando a la puerta y retirarse. Las declaraciones tomadas por la Iglesia de varios testigos que presenciaron este evento confirmaron la veracidad del relato.

Otra levitación destacada ocurrió frente al Papa Urbano VIII. Según la costumbre de la época, José se acercó para besar los pies del Papa como señal de respeto, pero al hacerlo, se elevó en el aire. Solo pudo descender cuando su superior le ordenó que lo hiciera. El Papa Urbano VIII quedó tan impresionado que afirmó que, si José moría durante su pontificado, él mismo testificaría sobre la levitación que había presenciado.

Con el tiempo, las levitaciones de José comenzaron a generar preocupación en el monasterio. Algunos sugirieron que estos fenómenos podían ser obra del demonio y fue denunciado por brujería, lo que llevó a una investigación por parte de la Inquisición. Como resultado, fue enviado a un monasterio en Asís para observación, donde se le prohibió oficiar misas públicas y participar en actos comunitarios. 

A pesar de estas restricciones, José continuó experimentando levitaciones en su celda, lo que llevó a que fuera aislado aún más, impidiéndole incluso comer con los demás frailes. 

Sin embargo, José utilizó este tiempo de soledad para profundizar su relación con Dios a través de la oración.

Finalmente, la Inquisición concluyó que no había pruebas de que José estuviera involucrado en brujería y se le permitió retomar su vida monástica habitual. 

José de Cupertino falleció en 1663 a la edad de sesenta años y en 1767 fue canonizado por el Papa Clemente XIII. 

Su vida y sus levitaciones siguen siendo un ejemplo notable de la interacción entre lo sagrado y lo extraordinario en la historia de la santidad cristiana.

 

 

 

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