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El aspecto conventual de la Princesa de Éboli

 


El Convento de Pastrana y la Princesa de Éboli

Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, más conocida como la Princesa de Éboli, es una figura histórica que ha fascinado a muchos por su carácter fuerte y su vida llena de intrigas. 

Apodada con ironía por Cánovas del Castillo como la "semi-hermosa princesa", Ana es recordada tanto por su influencia en la corte de Felipe II como por su tensa relación con Santa Teresa de Jesús.

Desde joven, Ana mostró un espíritu audaz, disfrutando de actividades consideradas inusuales para una mujer de su tiempo, como la esgrima, que practicaba con los pajes y caballeros de su casa. 

Fue en uno de estos duelos cuando sufrió una herida que la dejó tuerta del ojo derecho, lo que le dio un aire enigmático y ciertamente tenebroso, que marcó su figura.

Proveniente de la poderosa familia de los Mendoza, Ana se casó con Ruy Gómez de Silva, uno de los hombres más cercanos al rey Felipe II y durante su matrimonio, tuvo seis hijos en trece años, aunque sufrió varios abortos naturales.

La Fundación del Convento en Pastrana

Inspirada por la creciente influencia de Teresa de Jesús y el ejemplo de su pariente, doña Luisa de la Cerda, quien había fundado un convento de carmelitas descalzas en Malagón, Ana no quiso ser menos y decidió fundar su propio convento en su villa de Pastrana. 

Teresa de Jesús, que estaba en Toledo en ese momento, recibió la solicitud de la princesa y, aunque dudosa al principio debido a la difícil personalidad de Ana, finalmente aceptó, reconociendo la importancia política de mantener buenas relaciones con la familia de Ruy Gómez.

La relación entre la princesa y Teresa no fue fácil. Ana quería tener control sobre todos los aspectos de la fundación del convento, incluidos el tamaño y la distribución de las habitaciones, pero Teresa, con su experiencia, se mantuvo firme en que solo ella sabía cómo debía ser un convento carmelita. 

La situación se tornó tensa, pero gracias a la diplomacia de Ruy Gómez, la fundación pudo seguir adelante.

La Entrada de Ana en el Convento

Tras la muerte de su marido en 1573, Ana decidió abandonar su vida mundana e ingresar en el convento que había fundado en Pastrana, adoptando el nombre de Ana de la Madre de Dios. 

Sin embargo, su ingreso al convento no trajo la paz que ella esperaba ni la estabilidad que la comunidad necesitaba. 

Su comportamiento autoritario y su insistencia en mandar incluso dentro del convento causaron problemas considerables entre las monjas, quienes pronto se dieron cuenta de que la presencia de Ana era más un obstáculo que una bendición.

La situación se agravó cuando comenzaron a circular rumores sobre la conducta de Ana dentro del convento. 

Se decía que estaba embarazada y que exigía un trato reverencial por parte de las monjas, quienes debían hablarle de rodillas. 

Ni siquiera las cartas de Teresa de Jesús, que intentaron hacerla entrar en razón, lograron cambiar su comportamiento. 

Finalmente, el propio rey Felipe II intervino, ordenando a Ana que abandonara el convento y se ocupara de sus hijos y su hacienda.

 

El Declive de la Princesa

Aunque Ana se vio obligada a obedecer y dejó el convento en enero de 1574, su influencia negativa continuó afectando a la comunidad desde el exterior. 

Privó al convento de la limosna que su marido había dispuesto en su testamento, lo que llevó a Teresa de Jesús a tomar la decisión de trasladar a las monjas a una nueva fundación en Segovia. 

La partida fue cuidadosamente planificada y todo lo que la comunidad había recibido de los príncipes fue inventariado y devuelto a Ana.

Profundamente herida en su orgullo por la partida de las carmelitas, Ana reemplazó a las monjas con una nueva comunidad de concepcionistas franciscanas y, según se cree, denunció a la Inquisición el "Libro de la Vida" que Teresa de Jesús le había prestado. Y así es como veríamos entre tribunales inquisitoriales a Santa Teresa de Jesús.

Tras este fracaso en su intento de vida conventual, Ana regresó a la corte, donde sus ambiciones la llevaron a involucrarse en conspiraciones contra Felipe II, lo que finalmente resultó en su arresto y confinamiento en su palacio de Pastrana. 

Allí pasó sus últimos años, prácticamente prisionera y olvidada, víctima de sus propias intrigas y de la política implacable de su tiempo.

Bien empleado le estuvo.

 

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