El profeta Oseas se enfrenta a una misión desgarradora: transmitir la voz de un Dios herido y abandonado por su pueblo.
Lo hace utilizando el único recurso que puede abarcar tanto dolor y traición: su propia vida matrimonial.
Israel, como esposa infiel, se ha entregado a falsos amores y Oseas, desde la amarga experiencia personal, se convierte en espejo de la indignación divina.
El Contexto de la Profecía es una Nación en caída libre. Tal y como vemos actualmente que se comporta Israel.
Oseas predica en tiempos turbulentos para el reino del Norte. Con Jeroboam II recién fallecido, el caos político es el pan de cada día. En apenas diecisiete años, cuatro reyes serán asesinados. Asiria acecha, expandiendo su poder, mientras Egipto, en decadencia, sigue siendo visto por algunos como un posible salvador. Es en este caldo de cultivo, con un pueblo moralmente corrompido y religiosamente perdido, donde Oseas levanta su voz.
Su predicamento es el de un amor traicionado, usa la metáfora del matrimonio. Lo más sorprendente del mensaje de Oseas es el método que utiliza: su propio matrimonio, símbolo de la relación entre Dios e Israel.
Su historia personal, llena de amargura y desengaño, refleja el dolor divino ante la infidelidad de un pueblo que ha preferido adorar ídolos antes que permanecer fiel. Es un relato crudo y personal, donde el amor no cede a la desesperación, sino que redobla su pasión, buscando, incluso en el rechazo, una oportunidad de reconciliación.
Su profecía y su evolución están en el libro de Oseas como un mosaico complejo. Los textos, posiblemente enriquecidos por discípulos después de la caída de Samaria, muestran cómo su mensaje fue adaptado y transmitido en Judá, aludiendo tanto a eventos pasados como a la nueva realidad en el Sur. A pesar de estas adiciones, la esencia del mensaje de Oseas permanece intacta: un amor indomable y herido que, aunque arde en ira, se inclina siempre hacia el perdón.
En su estilo hay fuego y ternura. La prosa de Oseas es inconfundible. Su lenguaje, cargado de pasión, alterna entre la furia y la ternura, reflejando un Dios que no puede renunciar al objeto de su amor. Las imágenes que despliega –esposo traicionado, padre desolado– son poderosas y, aunque transmiten juicio, nunca pierden de vista la esperanza de restaurar lo perdido. Oseas no es solo un profeta de condena; es, ante todo, un mensajero de la gracia que persiste incluso en la traición.
El libro de Oseas, en toda su crudeza y belleza, es un testimonio del amor divino que, aunque traicionado, no se apaga, y que busca, en medio de la ruina, redimir a aquellos que se han apartado.
Se recomienda el artículo de Lluciá Pou Sabaté que pude verse en este enlace.