María Eugenia de Montijo: De Granada a Emperatriz de los Franceses
El 5 de mayo de 1826, en Granada, nacía una niña cuya vida tomaría un rumbo inesperado, llevándola a convertirse en la emperatriz consorte de los franceses.
Desde sus primeros años, su destino pareció estar marcado por la fortuna cuando, según se cuenta, una gitana leyó su mano y predijo que alcanzaría el trono.
Su padre, el Duque de Peñaranda y Conde de Teba, era un militar afrancesado, de ideas liberales y masón, que había combatido junto a José Bonaparte durante la Guerra de la Independencia.
Su madre, Enriqueta Kirkpatrick, de origen escocés y belga, tenía un espíritu aventurero que la llevó a residir en Francia durante cinco años, acompañada de sus dos hijas, Paca y Eugenia.
Formación y Vida en París
En 1835, Eugenia fue enviada a estudiar al Sacré-Cœur, donde recibió una sólida educación académica y religiosa.
En su casa materna, ubicada en la Plaza Vendôme, perfeccionó su inglés y entró en contacto con numerosas personalidades intelectuales.
Uno de estos encuentros fue con el escritor Prosper Mérimée, quien se convirtió en un amigo cercano y la introdujo en los círculos sociales parisinos. Se dice que Mérimée se inspiró en Eugenia para crear el personaje de Carmen, más tarde inmortalizado por Georges Bizet en su famosa ópera.
La joven Eugenia se distinguía por su belleza, tenía los ojos de un azul intenso, el cabello rojizo y su piel blanca con pecas le daban un aire selecto y anglosajón.
Ascenso al Trono
A pesar de su atractivo y carisma, Eugenia sufrió varios desamores, incluido uno con el Marqués de Alcañices, tras los cuales consideró ingresar en un convento.
La superiora, impresionada por su elegancia, la disuadió diciéndole que estaba destinada a sentarse en un trono antes que ser monja.
En 1850, se estableció en París, donde su madre, deseosa de mejorar su posición social, aspiraba a casar a Eugenia con un miembro destacado de la sociedad parisina.
Pronto, la princesa Matilde Bonaparte la presentó a Napoleón III, quien quedó fascinado por su belleza e inteligencia, su destreza en las cacerías en Fontainebleau, donde demostraba su habilidad con los caballos, también impresionó al emperador.
El 21 de enero de 1853, Napoleón III proclamó que Eugenia sería "el adorno del trono" durante su boda civil en las Tullerías.
La ceremonia religiosa tuvo lugar nueve días después en la catedral de Notre Dame.
La noticia de su matrimonio generó reacciones mixtas en España, donde se decía: "Eugenia de Montijo, qué pena, qué pena que te vayas de España para ser reina".
A pesar de los desafíos iniciales, Eugenia rápidamente ganó el afecto del pueblo francés, que la acogió con entusiasmo.
Vida como Emperatriz
En 1856, Eugenia dio a luz a su hijo, Napoleón Luis Eugenio Juan José, el Domingo de Ramos.
Su estilo elegante marcó tendencia en toda Europa, pero más allá de la moda, Eugenia desempeñó un papel activo en la política francesa, asumiendo la regencia en varias ocasiones.
Fue galardonada con más de veinte condecoraciones por su labor en
- la protección de la cultura,
- la fundación de asilos,
- hospitales y
- orfanatos, así como por
- su promoción de la causa de las mujeres.
En 1858, Eugenia y su esposo sobrevivieron a un atentado mientras se dirigían a ver una ópera de Rossini, lo que aumentó aún más su popularidad.
Siempre mostró admiración por figuras históricas como María Antonieta y soñaba con expandir el Imperio francés hacia América.
En 1869, asistió a la inauguración del canal de Suez, una obra dirigida por su primo Lesseps, que simbolizaba el triunfo de la civilización francesa.
Eugenia era madrina de Victoria Eugenia de Battemberg, nuestra reina consorte que casara con Alfonso XIII, Ena familiarmente, siendo Ena es un dimunitivo de Eugenia.
Caída del Imperio y Exilio
Sin embargo, en 1870, el Imperio cayó cuando Napoleón III fue capturado junto al ejército francés.
A pesar de los intentos de Eugenia por mantener sus atribuciones, la pareja imperial fue obligada a abdicar.
Eugenia huyó al amanecer y más tarde visitó a su esposo en el castillo de Wilhelmhöhe, donde por primera vez lloraron juntos.
Se traslada a Inglaterra con su hijo, se refugiaron en la finca Camden House durante su exilio.
La muerte de su esposo en 1873 y de su hijo en 1879, abatido en un combate en África, marcaron profundamente a Eugenia, quien vivió el resto de sus días en un luto riguroso.
Durante su exilio, vendió su colección de joyas, que fue adquirida por Tiffany para su reventa en América.
Visitó España en varias ocasiones, incluyendo una operación de cataratas en el Palacio de Liria de Madrid, y mantuvo una residencia en Hampshire que alternaba con estancias en Biarritz y Bournemouth.
Muerte y Legado
Eugenia de Montijo falleció a los 94 años en 1920, en el Palacio de Liria y su cuerpo fue trasladado a París, donde fue recibido con honores de reina y enterrado junto a su esposo e hijo en la Abadía de Saint Michael en Farnborough.
Aunque su vida estuvo marcada por la tragedia, Eugenia dejó un legado duradero como la última emperatriz de Francia.
Su antigua residencia, Villa Eugenia, construida en 1854 por orden de Napoleón III, sigue siendo un símbolo de su influencia.
Un asteroide y un popular sombrero de la década de 1930 llevan su nombre, reflejando su impacto en la cultura y la historia.