Ludovica o Luisa, esposa, madre y viuda, de la Orden Franciscana Seglar, mística a la vez que madre para los pobres y enfermos, nació en Roma el año 1474 de la noble familia de los Albertoni. A muy tierna edad quedó huérfana de padre, y, cuando la madre contrajo nuevo matrimonio, la pequeña fue confiada a los cuidados de su abuela materna y de algunas tías.
A los veinte años, contra sus deseos y proyectos, fue dada en matrimonio al noble Giacomo de la Cetera, a quien no obstante se unió como esposa enamorada y del que tuvo tres hijas. En 1506, después de 12 años felices de matrimonio y cuando tenía 32, quedó viuda. Ingresó en la Tercera Orden de San Francisco, vistió aun externamente su hábito, y, además de cuidar la educación de sus hijas, inició una nueva vida toda ella consagrada a la oración y contemplación, a la penitencia y a las obras de misericordia, como la de proveer de dote a las jóvenes pobres para su matrimonio o la de visitar a pobres y enfermos en sus tugurios o en establecimientos hospitalarios, donde curaba tanto las llagas y heridas de la carne como las del espíritu. Su generosidad llegó a agotar todos sus bienes, contando siempre con la oposición de sus parientes a tanta liberalidad.
El Señor le concedió el don extraordinario de los éxtasis místicos, que alcanzaron gran fama y difusión en aquel tiempo. Murió en Roma el 31 de enero de 1533. Inmediatamente después de su muerte gozó de culto público, que fue confirmado oficialmente por el papa Clemente X (Emilio Altieri) el 28 de enero de 1671. Su cuerpo se conserva en el espléndido sepulcro que se le dedicó en la capilla Altieri de la iglesia franciscana de San Francisco a Ripa, en Roma.
En efecto, a raíz de la beatificación, la familia Altieri decidió dedicarle un altar en su capilla de la iglesia de San Francisco a Ripa, en Roma. Inmediatamente después, el cardenal Paluzzo Albertoni Altieri encomendó la obra al gran escultor Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), quien años antes había esculpido el "Éxtasis de Santa Teresa" para la Capilla Cornaro y se encontraba ya en la madurez de su vida y de su arte. En enero de 1674, acabada la obra, se hizo el reconocimiento de los restos de la Beata que, seguidamente, fueron depositados en el nuevo y magnífico sepulcro de mármol, donde se encuentran todavía hoy. Sobre el altar del sepulcro se colocó la estatua de Bernini que representa a la Beata, en tamaño mayor que el natural, no ya difunta, sino reclinada en el éxtasis místico en que murió. En su rostro se reflejan a la vez el sufrimiento humano y la felicidad celestial. Ella vivió repetidas experiencias de visiones y éxtasis místicos, y Bernini, fiel a la imagen que tenía de Ludovica, quiso representarla en el momento de su muerte, pero transformando ese lance dramático en un momento de éxtasis y de unión mística con su Señor. El mismo Bernini decoró el marco de la pequeña capilla, en la que se filtra la luz a través de una claraboya invisible, que cae como un chorro luminoso sobre el rostro de la beata.
Decía a menudo: «Dios nos dio los bienes de la tierra para que los compartamos con los que los necesitan». Distribuyó todos sus bienes entre los pobres y pasó los últimos años de su vida en la más grande pobreza. Murió el 31 de enero de 1533 a los 60 años de edad. Todo Roma lloró su muerte juzgándola como la pérdida de la madre de todos. Su cuerpo se venera en la iglesia de San Francisco a Ripa, en Roma.