La Trágica Historia de una Reina Injustamente Llamada "La Loca"
Juana I de Castilla, conocida popularmente como "La Loca", fue la segunda hija de los Reyes Católicos. Desde su infancia en la corte, Juana se destacó por su inteligencia y belleza, recibiendo una formación excepcional que la situaba al nivel de los hombres más eruditos de su tiempo. Dominaba varios idiomas, incluido el latín, lengua esencial para la diplomacia, la religión y la cultura de la época.
A los dieciséis años, sus padres acordaron su matrimonio con el archiduque Felipe de Austria, apodado "El Hermoso" por su atractivo y por su fama de conquistador, tanto dentro como fuera del matrimonio. Felipe era hijo del emperador Maximiliano I y de María de Borgoña y tenía solo un año más que Juana. A diferencia de los Reyes Católicos, en los que Isabel era mayor que Fernando, en esta pareja la juventud compartida parecía un presagio de felicidad.
El 21 de agosto de 1496, Juana y Felipe se encontraron por primera vez en Lille. La atracción mutua fue tan inmediata y arrolladora que decidieron casarse esa misma tarde, sorprendiendo a todos los presentes. Aunque la ceremonia oficial se celebró más tarde, este primer encuentro marcó el inicio de una relación llena de pasión, pero también de sufrimiento.
El Inicio del Conflicto Matrimonial
Tras la muerte de sus hermanos Juan e Isabel, y de su sobrino Miguel de Portugal, Juana se convirtió en la heredera directa de los Reyes Católicos.
Ya casada y residiendo en Flandes, fue llamada a España para ser reconocida oficialmente como tal.
Sin embargo, la armonía en su matrimonio empezó a desmoronarse poco después del nacimiento de su primera hija, Leonor, en 1498.
Aunque Felipe quería a Juana, su naturaleza libertina y su necesidad constante de seducción hicieron que la convivencia se tornara dolorosa para ella, afectando profundamente a su salud mental y emocional, a su equilibrio personal.
Su primer encuentro se produjo, como se ha dicho, se produce el 12 de octubre de 1496, tiene lugar en el convento de Lierre, donde la atracción mutua fue tan intensa que la pareja decidió casarse ese mismo día, adelantando la ceremonia oficial que estaba programada para el 18 de octubre en la catedral de Bruselas, oficiada por el obispo de Malinas. Aunque volvieron a repetir la ceremonia en la fecha prevista, su unión estuvo marcada desde el inicio por una pasión arrolladora.
Tanta era la intensidad de su relación que incluso la reina Isabel la Católica, madre de Juana, pidió a través de sus embajadores en Flandes que su hija moderara sus expresiones de afecto hacia su esposo.
De esta unión, que en sus primeros años fue tan apasionada, nació en 1498 la primera hija del matrimonio, Leonor de Austria. Con el tiempo, Leonor se destacó en las cortes europeas por su belleza, convirtiéndose en una de las mujeres más deseadas por los monarcas de la época.
Leonor contrajo matrimonio en primer lugar con Manuel I de Portugal, apodado "El Afortunado", quien había estado previamente casado con dos tías de Leonor, Isabel y María de Aragón y Castilla, hermanas de Juana. Tras la muerte de Manuel I en 1521, Leonor se casó con Francisco I de Francia, consolidando su lugar en la historia como una figura clave en las alianzas matrimoniales de la realeza europea.
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Los Reyes Católicos, conscientes del carácter ambicioso e infiel de su yerno, comenzaron a verlo como una amenaza más antes que como un aliado.
Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), conocido como el Gran Capitán por su destacada habilidad militar, escribió a Fernando el Católico (1452-1516) tras el nacimiento de la hija de Juana, informándole que "la reina había dado a luz una hija, y se encontraba en buen estado de salud". En su misiva, trataba de tranquilizar al monarca respecto a los rumores que circulaban en la corte sobre el estado mental de Juana, asegurando que "si se decían que había estado mal dispuesta y alienada, como se comentaba, no debía darle crédito, pues tales habladurías se esparcían con malicia y sin justos motivos".
No obstante, no todos los que rodeaban a la reina compartían esa visión; algunos observaban cambios en su comportamiento durante los últimos meses de embarazo, tales como su alejamiento de las oraciones y la omisión del rito de la confesión, algo inusual en una princesa criada en el seno de una estricta devoción cristiana.
Este cambio de actitud podría estar vinculado al descubrimiento por parte de Juana de las infidelidades de su esposo, Felipe. Es importante señalar que, en matrimonios reales, era común que durante los últimos meses de embarazo las relaciones conyugales cesaran para proteger al feto. En estos casos, era socialmente aceptado que el esposo buscara satisfacción sexual fuera del lecho conyugal, algo visto con naturalidad en la corte. Para Juana, sin embargo, más que las infidelidades de Felipe, lo que realmente le dolía era el distanciamiento físico y la ausencia de intimidad, una necesidad que, según parece, ella sentía con intensidad. Su confesor, fray Tomás de Atienza, intentó consolarla asegurándole que, tras el parto, todo volvería a la normalidad.
El relato de fray Tomás a los padres de Juana evidencia el conflicto interno de la reina cuando describe que ella "tiene el corazón duro y crudo, sin ninguna piedad" (entendemos alejada de la piedad religiosa, no moral, alejada de la p´ractica religiosa). Este comentario surgió después de que Juana, en un tono desafiante, le respondiera que aceptaría el comportamiento de Felipe si se le permitiera a ella tener una aventura, como hizo Juana de Portugal (1438-1475), esposa de Enrique IV de Castilla (1425-1474), con el noble Beltrán de la Cueva. Esta respuesta, impropia de quien era la segunda en la línea sucesoria al trono de Castilla, debió escandalizar tanto al confesor como a la corte, especialmente porque en ese momento, tras la muerte de sus hermanos Juan en 1497 e Isabel en 1498, Juana se encontraba en una posición crucial, con solo su sobrino Miguel de Portugal (1498) por delante en la sucesión.
A pesar de todo, parece que fray Tomás tenía razón en cierto modo ya que, después del nacimiento de su hija, Felipe volvió temporalmente a mostrar hacia Juana la atención y el afecto que caracterizaron los primeros tiempos de su relación.
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Felipe regresó solo a Flandes, mientras Juana fue retenida por sus padres en Medina del Campo, donde la soledad y la desesperación la sumieron en una profunda tristeza. Eventualmente, logró reunirse con su esposo, pero su situación matrimonial continuó deteriorándose debido a las infidelidades de Felipe.
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Creciente sentimiento de celos en la reina
A medida que pasa el tiempo, Juana muestra un creciente sentimiento de celos y empieza a vigilar todos los movimientos de Felipe. Quince meses después del nacimiento de Leonor, Juana da a luz a su segundo hijo, Carlos, el 24 de febrero de 1500 en Gante. Este niño, destinado a convertirse en Carlos V, emperador del Sacro Imperio, y en Carlos I de España (1500-1558), llegaría a ser el monarca más influyente de Europa en la primera mitad del siglo XVI. Sin embargo, su nacimiento estuvo rodeado de circunstancias inusuales.
Juana comenzó a sentir los primeros síntomas del parto durante una fiesta en el castillo de Gante, con la corte reunida, probablemente debido a su deseo de mantener a Felipe bajo su control. El escritor y médico Enrique Junceda Avello, en su obra Ginecología de las reinas de España, describe así el acontecimiento: "Ocurrió cuando Juana participaba en una celebración cortesana, a la que posiblemente asistía dominada por los celos. A la una de la madrugada, fue sorprendida por los dolores del parto y tuvo que apresurarse a un lugar apartado, que resultó ser una lujosa letrina en el palacio de Gante". Así, el futuro gobernante más poderoso de Europa vino al mundo en una letrina, aunque de carácter palaciego.
Carlos fue bautizado el 7 de marzo. Al recibir la noticia de su nacimiento, la reina Isabel comentó a su esposo: "Tened por cierto, señor, que este ha de ser nuestro heredero, y que la suerte ha caído en el reino como en San Matías para el apostolado". La referencia a San Matías se debe a que Carlos nació el día consagrado a este santo. Los Reyes Católicos, que desconfiaban de la frágil salud de su otro nieto, Miguel de Portugal, intuían correctamente que su nieto no sobreviviría mucho tiempo, pues Miguel falleció el 22 de julio de 1500 a la corta edad de dos años. Con su muerte, Juana se convirtió en la heredera al trono de Castilla y Aragón.
Consciente de la delicada situación de Miguel, Felipe el Hermoso había ordenado a su hombre de confianza en la corte castellana, Juan Vélez de Guevara, que le informara inmediatamente si recibía noticias de la muerte del niño. Según relata el cronista y religioso Lorenzo de Padilla (1485 - fecha desconocida): "Estando Felipe el Hermoso en esta villa (refiriéndose a Gante), por el mes de agosto recibió un correo en once días desde Granada, enviado por Juan Vélez de Guevara, trinchante de la Archiduquesa, notificándole la muerte del Príncipe don Miguel, que era la sucesión del reino". Padilla añade que "Los Archiduques se alegraron con esta noticia, como era de esperar".
Oportunidad para Felipe dde unir los tronos
Felipe el Hermoso veía en la muerte de Miguel de Portugal una oportunidad clave, ya que con Juana convertida en la heredera al trono de Castilla y él mismo siendo el futuro heredero del Sacro Imperio, la posibilidad de unificar ambos reinos bajo su control era tangible. No obstante, el viaje a España para que las Cortes reconocieran a Juana y a Felipe como herederos tuvo que ser aplazado debido a un nuevo embarazo de Juana. Finalmente, el 18 de julio de 1501 nació su tercer hijo, una niña a la que llamaron Isabel, en honor a su abuela, la reina Isabel de Castilla. Isabel de Austria (1501-1525) llegaría a ser reina de Dinamarca tras su matrimonio con el rey Cristián II (1481-1559).
El cronista Raimundo de Brancafort señala que, durante este período, "las sombras de la locura comenzaron a cernirse sobre esta criatura que podría haber sido la más dichosa del mundo, de no haberse visto atrapada entre los intereses enfrentados de los grandes poderes de la época".
A pesar de las dificultades, Juana emprendió el viaje a Castilla junto a su esposo, dejando atrás a sus tres hijos: Leonor, de tres años; Carlos, de un año; e Isabel, de solo tres meses. No volvería a ver a sus hijos hasta casi dos años después, un sacrificio que marcó profundamente su vida.
El matrimonio jura la herencia de Castilla
Aunque los Reyes Católicos habían sugerido a Felipe y Juana viajar por mar para evitar cruzar Francia y el riesgo de ser retenidos por el rey Luis XII (1462-1515), Felipe insistió en hacerlo por tierra con la intención de negociar el matrimonio entre su hijo Carlos y la hija del monarca francés, lo que podría consolidar alianzas entre los principales reinos de Europa.
Durante la travesía por los Pirineos, Felipe sufrió un doloroso ataque de hemorroides, lo que permitió a Juana cuidarlo personalmente. Este momento de intimidad fue muy apreciado por Juana, quien disfrutó de la cercanía y atención de su esposo, hasta el punto de que Felipe no permitía que nadie más lo asistiera. Este vínculo tan estrecho resultó en un nuevo embarazo de Juana.
El 22 de mayo de 1502, las Cortes de Castilla juraron a Felipe el Hermoso y Juana como herederos al trono. Sin embargo, la estancia en la corte castellana no fue cómoda para Felipe. Su desconocimiento del idioma castellano lo obligaba a depender de Juana para comunicarse, y su personalidad frívola y mundana contrastaba con el carácter austero de los Reyes Católicos. La relación tensa con sus suegros llevó a Felipe a decidir regresar a Flandes, pues no se sentía a gusto en España.
Ante la inminente partida de Felipe, los Reyes Católicos intentaron persuadirlo para que dejara a Juana en Castilla, ya que estaba próxima a dar a luz. El cronista Alonso Estanques relata cómo la reina Isabel reprendió a Felipe, advirtiéndole que "debería considerar que la princesa doña Juana estaba en un estado delicado, y que con el dolor de su partida podría sufrir una alteración que complicara su parto, incluso llevándola a la muerte por el gran amor que le profesaba". Isabel, visiblemente molesta, dejó claro que no consentiría que su hija estuviera sola durante un momento tan crucial, especialmente en un invierno duro y en tierras hostiles.
Finalmente, Felipe cedió a la presión y partió solo, una decisión que tuvo un impacto devastador en Juana. La separación de su esposo afectó gravemente su estabilidad emocional, llevando a enfrentamientos con su madre, mientras alternaba episodios de ira y profunda apatía. Los médicos de la corte, Soto y Gutiérrez de Toledo, quienes la atendían en el castillo de La Mota, en Medina del Campo, informaron a Fernando el Católico sobre su delicado estado: "Duerme poco, come apenas o nada, está sumida en una tristeza profunda y sufre un gran debilitamiento. A veces permanece en silencio y otras parece completamente ausente. Su mal avanza considerablemente. Pasa días y noches recostada en un almohadón, con la mirada perdida en el vacío".
La reina Isabel toma precauciones
Isabel de Castilla comenzó a temer seriamente por la salud mental de su hija, Juana. El escritor Carlos Fisas, en su obra Historia de las historias de amor, señala que esta preocupación se refleja claramente cuando, poco después de la partida de Felipe, la reina Isabel presenta ante las Cortes de Castilla un proyecto de ley con una cláusula específica en la que se estipulaba que, en caso de que Juana estuviera ausente, incapacitada o en condiciones que le impidieran ejercer las funciones reales, la regencia sería asumida por su padre, Fernando.
El 10 de marzo de 1503, en Alcalá de Henares, nació el cuarto hijo de Juana y Felipe, y el primero en nacer en territorio español. Fue bautizado con el nombre de Fernando (1503-1564), quien más tarde se convertiría en el emperador Fernando I de Habsburgo, sucediendo a su hermano Carlos V en el trono del Sacro Imperio.
Según González Doria, después del parto, Juana comenzó a obsesionarse con la idea de alcanzar a Felipe antes de que este se embarcara de regreso a Flandes. La desesperación la llevó a intentar seguirlo inmediatamente, pese a estar en cama, descalza y sin ropa adecuada. En un impulso, salió a recorrer los pasillos del Castillo de La Mota en busca de su esposo.
Fue el obispo de Córdoba quien, al presenciar la escena, decidió intervenir y alertar a la reina Isabel, que, a pesar de su delicada salud, acudió rápidamente para intentar calmar a su hija.
Según se relata, Isabel logró contener a Juana, aunque no sin esfuerzo y soportando las palabras insolentes que su hija, en su estado alterado, le dirigió. Estas conductas, que Isabel nunca habría tolerado en otras circunstancias, solo reforzaron su convicción de que la cordura de Juana estaba en grave peligro.
Juana consigue su objetivo
Cartas de Juana
Los nuevos reyes de Castilla llegan a La Coruña el 27 de abril de 1506.
Juana no había permitido embarcar a ninguna de sus damas de compañía, lo hicieron en secreto.
Ascenso al Trono y la Traición Familiar
Tras la muerte de Isabel la Católica en 1504, Juana fue proclamada reina de Castilla, convirtiéndose en Juana I. Sin embargo, su padre, Fernando de Aragón, ambicionaba mantener el poder y, ante la rivalidad con Felipe, utilizó la inestabilidad emocional de su hija como pretexto para declararla incapaz de gobernar.
Fernando, prototipo del príncipe renacentista descrito por Maquiavelo, maniobró para asegurar su regencia, mientras Felipe buscaba consolidar su propia influencia como rey consorte de Castilla.
El conflicto entre Fernando y Felipe por el control del trono relegó a Juana a un segundo plano. Los dos hombres, motivados por la ambición, se repartieron un poder que, por derecho y linaje, correspondía a Juana.
El deterioro mental de la reina se agravó con la muerte de Felipe en 1506, cuando ella estaba embarazada de su última hija, Catalina. Juana, desbordada por el dolor, se obsesionó con trasladar el cuerpo de Felipe a Granada para darle sepultura, un deseo que nunca logró cumplir.
Reclusión y Olvido
Fernando aprovechó la fragilidad de su hija para recluirla en Tordesillas en 1509, bajo el argumento de protegerla de sí misma. Juana, con solo 29 años, quedó atrapada en un cautiverio que duraría 47 años.
Pese a ser la legítima reina, fue despojada de cualquier capacidad de ejercer su autoridad, manteniéndose su nombre solo en documentos oficiales como un gesto protocolario.
La reina Juana pasó sus últimos años aislada, en condiciones que agravaron su sufrimiento, pero siempre mantuvo su dignidad.
Su reinado, en realidad nunca ejercido, se prolongó formalmente hasta su muerte el 12 de abril de 1555, a los 75 años. Francisco de Borja, quien la asistió en sus últimos momentos, fue testigo de la partida de una mujer que, pese a ser etiquetada como loca, fue víctima de las intrigas políticas y familiares que marcaron su destino.
Juana I de Castilla, reina por derecho, fue relegada a la historia como "la loca", pero su tragedia personal refleja más la lucha por el poder que su verdadera condición mental. Su legado sigue siendo un símbolo de la opresión sufrida por una mujer culta y sensible en un mundo dominado por la ambición.