El neosacerdote de Cefalù, Antonio Lo Duca,en 1516, regresó a Sicilia, con el encargo de enseñar música y canto coral a los clérigos en Palermo. La sede de sus clases era una iglesia antiquísima cerrada al culto tras el ábside de la catedral. En una lección, Mons. Bellorosso, Vicario General, y otros canónigos presentes, notaron tras el polvo que había historia de ángeles en el muro de la derecha del altar mayor, frescos seguramente tardomedievales, lo que suscitó un movimiento devocional y la erección de la cofradía de los Siete Arcángeles, imperial, porque el primer inscrito fue Carlos V.
Al año siguiente, 1517, nuestro clérigo músico decidió marchar a Roma para verificar si allí había iglesia o capilla con este título. Ejerciendo de capellán del Cardenal Del Monte, éste le contó que el Papa Sixto IV en 1471 había hecho llamar al convento de San Pietro in Montorio a un franciscano portugués, el Beato Amodeo da Sylva como confesor, que en su “Apocalysis Nova” nombra a los arcángeles, que dice que prestan una singular veneración a la Virgen. Muerto el Cardenal en 1533 regresa a Palermo. Habiendo regresado a Roma por asuntos burocráticos en 1541, tuvo una visión: una luz blanca salía de la sala central de las Termas de Diocleciano, en ruinas, que interpretó como el lugar para levantar el templo a los Siete Ángeles, y estuvo dos años hasta que el Papa avalara su proyecto.
Ese mismo año, 1543, de viaje en Venecia, en San Marco, sobre el altar mayor, vio en un mosaico a la Virgen entre los siete ángeles, en el que se inspiró para el icono que hoy preside el altar mayor de Santa María de los Ángeles, realizado allí, hoy atribuido a Lorenzo Lotto, y que entró en las Termas en 1550. A la muerte del Papa en 1555 fue relegado con su icono y debió esperar al pontificado de Pío IV (1559-1565) para que éste fuera definitivamente colocado en el altar mayor.
Comentarios y fotografía de Ramón de la Campa Carmona.