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El regicida Martín Merino que atentó contra la vida de Isabel II


Fue Martín Merino, el sacerdote que intentó matar a la reina Isabel II. Martín Merino y Gómez nace en Arnedo en 1789, en una familia de labradores, en el Valle del Cidacos. Siendo casi un niño, ingresa en un convento franciscano en Santo Domingo de la Calzada y allí vivió hasta que estalla la Guerra de la Independencia en 1808.

Pronto destaca más ser activista político contra Fernando VII y en favor del liberalismo, corriente de pensamiento y política, tan perseguida en la época, que por su condición de capellán.

Viaja al sur y se implica en guerrillas, exilios y prisiones. Nada más empezar la década de los 20 decimonónica, Martín Merino entra en Madrid procedente de la provincia de Logroño donde se crió y pasó los primeros años de su juventud. 

Entre 1824 y 1841 vive siendo párroco en Agens y en Burdeos, antes de volver a España como capellán de San Sebastián en Madrid.

Se vio envuelto en problemas por sus radicales pensamientos y posicionamientos políticos; y, fundamentalmente, por un negocio como prestamista que emprendió y que le proporcionó abundantes denuncias por usura.

Fue catalogado por muchos como arrogante, irascible y solitario, también era un culto lector; y, en  Madrid, vive adustamente por entonces, en el callejón del Infierno, sobreviviendo sin holgura como saltatumbas. 

Entra en prisión al involucrarse en una contienda callejera y por insultar e increpar al mismo Rey o participar en las revueltas producidas a raíz del levantamiento de la Guardia Real en el mes de Julio de 1822, con el propósito de restaurar el absolutismo monárquico tras el Trienio Liberal.

Lleva una ajetreada y activa vida política, esto le acarrea inmumerables problemas y decide, en un momento determinado escapar de tanto bullicio y durante los siguientes veinte años ejercerá como cura en distintas  parroquias francesas.

El religioso acabaría sus días ajusticiado en garrote vil por intento de asesinato de la reina Isabel II.

Del periodo que pasó en Francia casi nada ha trascendido, se supone llevaría una vida tranquila dedicada a sus labores pastorales sin meterse en grandes problemas.

Pero su vida cambia de nuevo a partir de 1841, año en el que vuelve a Madrid, aquí será capellán en la Parroquia de San Sebastián, en calle Atocha; y la suerte le sonrió premiándolo en la ‘Lotería Moderna’ donde gana un premio cuantioso en metálico de 100.000 reales. A raíz de aquí se dedica a ser prestamista de dinero a unos intereses muy altos, actividad que le proporcionó innumerables denuncias, ser acusado de usurero y disputas con aquellos a quienes había prestado alguna cantidad y a los que les exigía devolviesen muchísimo más de lo estipulado en la época en estas transacciones.

Estos negocios llegaron hasta oídos del arzobispado, se decide trasladarlo a la Parroquia de San Miguel, junto al Palacio Arzobispal y desde donde podía ser controlado mucho mejor. Pero duró poco tiempo, siendo expulsado también de allí, razón por la cual el cura Merino decidió seguir con su labor pastoral asistiendo y oficiando entierros. Pero con frecuencia estaba envuelto en discusiones políticas y se lo veía gritar consignas en contra de la mala marcha del País, protestas que dirigía sobre todo hacia la persona de Ramón María Narváez, Presidente del Consejo de Ministros, a quién culpaba y desarrolló un odio visceral hacia el político militar que llevaron a Merino a adquirir en El Rastro a fines de 1841 un estilete, pretendía asesinarlo, aunque se topó con la fuerte seguridad que rodeba al personaje y cambió entonces su objetivo. El objetivo ahora era la misma reina, que contaba con una seguridad más relajada que Narváez, aunque parezca algo disparatado.

Sus planes lo llevaron al Palacio Real el 2 de febrero del año de 1842, donde logra acceder a su interior y esconderse en un pasillo. El momento era propicio porque la mayor parte de la guardia de seguridad de Isabel II estaba en la iglesia donde se oficiaba para agradecer el reciente nacimiento de la infanta María Cristina, que en el momento tenía seis semanas.

Justo al paso de la reina salió Merino de su escondite, la soberana llevaba en brazos a su hija, el cura se arrodilló a sus pies como para solicitar alguna clemencia y aparentó ofrecerle un memorial y, al inclinarse la reina para ver qué le ocurría al religioso, éste le asestó una puñalada bajo el pecho sobre el lado derecho.

Evitaron los alabarderos de la Guardia Real que Martín Merino consumase el regicidio, lo detienen sin que opusiese resistencia; todos los allí presentes se afanaron en auxiliarla, en coger a la pequeña infanta y en retener al agresor. En un primer momento todos pensaron que la reina moriría en aquel cobarde atentado ya que se había desvanecido y permaneció durante quince minutos inconsciente después de el impacto de aquel estilete, pero fue una herida sin demasiada gravedad pues a la reina la protegieron  los adornos de oro de su grueso vestido invernal de terciopelo y el corsé, que amortiguó lo que podría haber sido una mortal puñalada, mortal de necesidad por el sitio que interesaba.

Rapidamente se organizó todo para que el juicio se celebrase cuanto antes, al día siguiente; y, en el primer interrogatorio el cura niega colaboración alguna en el atentado, confiesa que en primer lugar había pensado en atentar contra Narváez pero que ante la imposibilidad se decidió por la la regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, pero que vio más sencillo el ataque a la misma reina. Pasa la noche en la cárcel del Saladero y aquí se le degrada con deshonores de sus derechos sacerdotales.

Fue sentenciado por el tribunal sin estar presente porque declinó hacerlo, igualmente fue condenado al pago de las costas del juicio y a vestir hopa y birrete amarillos con manchas encarnadas que eran los colores reservados para los regicidas. El 5 de febrero, la audiencia de Madrid confirmó el fallo.

Todas las prueban incriminatorias quedaron demostradas y el tribunal le impuso la pena capital. Fue ejecutado el 7 de Febrero, cuatro días después del atentado habiendo sido llevado al patíbulo sería mediante garrote vil ejecutado. Fue conducido maniatado en burro hacia el Campo de Guardias, allí le aguardaba el patíbulo y también una gran público expectante; y, allí, en el cadalso, se esperó que dieran las 13:15 horas que fue la misma hora en la que atentó contra la reina. Una vez que el verdugo le puso la argolla en el cuello Merino pide la última palabra, concedida dijo así: "Señores, voy a decir la verdad como la he dicho toda mi vida. No voy a decir nada ofensivo contra la Reina. El acto que he preparado es un acto exclusivamente de mi voluntad y no tengo cómplices, y sépase que ninguna conspiración ha tenido connivencia ni conexión conmigo. He dicho".

Según daba fe el escribano Luis Castillo, lo primero que dijo el cura Merino fue: “He entrado solo”, tratando así de desvincular a nadie del atentado que asumió totalmente. Los alabarderos interrogaron a Merino "¿Cómo se llama?", a lo que responde: "Martín Merino Gómez, natural de Arnedo, de 63 años de edad". Continuaron interrogándole: "¿Con qué objeto vino a Palacio?", respondiendo: "A lavar el oprobio de la humanidad, vengando la necia ignorancia de los que creen que es fidelidad aguantar la infidelidad y el perjurio de los Reyes". Sin duda estaba indignado con el desarrollo de los acontecimientos en cuanto a lo sociopolítico y económico se refiere, se sentía defraudado y pretendió él solo acabar con todo aquello con lo que no estaba de acuerdo. Sin reparos contesta a la pregunta de los alabarderos cuando le interrogan sobre su objetivo al acercarse a la reina, responde sin ambajes: "Lo hice con el objeto de quitarle la vida". Supuestamente un servidor del Altísimo, no dudó en enfrentarse a Él para intentar arrebatarle la vida que el mismo Dios le había infundido a la reina para matarla, este endiosamiento de Merino le costaría el deshonor y la muerte a garrote vil.

Cuando le preguntaron que si había otras personas en connivencia con él respondió claramente que: "Ninguna". Dijo: "Soy sacerdote ordenado en 1813 y me hallo en la Corte hecho un saltamundos" cuando le preguntaron "¿Qué destino tiene?".

Dijo que el atentado contra la reina no era nada personal: "¿Qué motivos ha tenido para atentar contra la vida de S.M. la Reina? ¿Tiene algún resentimiento contra ella? No, no es nada personal".

Prosiguió el interrogatorio en estos términos:

"¿Con quién ha entrado en Palacio? He entrado solo.

¿Qué arma llevaba cuando trató de matar a S.M. la Reina? Un puñal.

¿El que tiene delante? Sí.

¿Con qué objeto se hizo con este puñal y dónde se lo facilitaron? Lo compré en el Rastro, hallándolo a propósito para matar al General Narváez, la Reina o la princesa cuando fuera mayor.

¿Sabe si con su puñal ha muerto o ha herido a S.M. la Reina? Sabía que la he herido. Ignoro si morirá de la herida.

¿Dónde vive? En el Arco del Triunfo nº 2, cuarto 2º. Hace diez años que estoy en Madrid.

¿Tiene algo más que decir? No".

Se investigó sobre el motivoque llevó al cura Merino al intento de regicidio e  investigaron la posibilidad de que hubiese actuado con algún cómplice, hasta se señaló a un posible instigador o quizás autor intelectual del atentado, se señaló al Duque de Montpensier, el ambicioso y joven D. Antonio de Orleans.

Había que evitar que los restos de Merino pudiesen convertirse en algún tipo de especie de reliquia para los enemigos de la Corona, razón por la cual se decide su incineración y esparcir las cenizas en la fosa común del cementerio madrileño del norte. Se destruyó el puñal fue y todos sus objetos personales, con la intención de borrar todo rastro de la vida del cura Merino. 

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