Detalle de la imagen de San Virila que se ubica en la fuente ne la que se durmió San Virila, aquel abad de Leyre que desapareció de su tiempo y de su mundo como quien se echa una siesta bajo el sol. Su historia es similar a la de aquellos que pasan de un sitio a otro caminando por un camino o carretera y de pronto se encuentran en otro sitio, en otra época. La historia de San Virila podría tener una explicación científica, al menos en el futuro. Cuentan que fue un 26 de octubre cuando su nombre volvió a recordarse en el monasterio y que no ha dejado de hacerse en los calendarios desde entonces, al menos en los parajes de Navarra. No es que se le recuerde por haber hecho milagros portentosos ni por haber llevado vida de santos de las que se escriben en letras de oro. No, Virila era un monje de esos que viven para mirar el cielo y perderse en los rumores de la sierra, con una paz o deseo de meditar, que lo empuja a retirarse de vez en cuando al monte, lejos de los rezos comunes y las
La historia de Isabel II, su desbordante vida de palacio y las sombras que aún rondan a su descendencia harían palidecer de envidia a cualquier novelista. Hay en esta trama todo lo que cabe esperar de una corte borbónica: intrigas de alcoba, lealtades quebradas y secretos encriptados bajo sellos de la Santa Sede. Corría 1857 y la reina Isabel II, como si la historia hubiese de recordarla en cada escándalo y secreto, tenía sus propios tormentos amorosos y —dicen documentos del Vaticano— secretos bien guardados. El origen del futuro Alfonso XII, niño a quien los despachos eclesiásticos no dudarían en señalar como hijo de otro hombre, el apuesto Enrique Puigmoltó, inquietaba en Roma y en Madrid. "¿Es que deseas que aborte?", le habría preguntado la reina, entre lágrimas, a su primer ministro, el implacable general Narváez, en una respuesta digna de la mejor dramaturgia. Mientras el futuro rey de España se formaba en el vientre de la soberana, rumores y misivas iban y venía