Entre todas las damas, los poetas exaltan la belleza de Lucrecia DÁlagno, amante de Alfonso V de Aragón, El Magnánimo, la dama más importante e influyente de la Corte de Nápoles y que fue honrada como reina por el pueblo, clero y embajadores; los poetas y trovadores la afirmaban como la mujer más bella que había existido en su tiempo. Pero nunca consiguió ser la esposa del rey quien Tapia llamaba "la combatida que venció al vencedor", no siendo nunca vencida por el amor.
Carvajal habla de su admirable castidad, la virgen napolitana que vivía en medio del furor de grandes llamas, entre lenguas de fuego que la rodean sin quemarla.
Alfonso de Aragón estaba casado con María de Castilla, cuando se enamoró de Lucrezia d'Alagno. Ella había nacido en una familia noble napolitana, tenía . Él tenía 18 años y el rey, todos en la corte napolitana sabían de su amor y todo el mundo lo acepta, menos la esposa del rey; pero en Nápoles Lucrezia fue respetado en la Corte y considerada como reina, disfrutaba de los privilegios reservados a la aristocracia y fue regalada con numerosas tierras, títulos y riquezas para ella y su familia. Su reputación era muy buena y se dice que durante todo el período de su relación con Alfonso, permaneció virgen.
Lucrecia siempre esperó casarse con el rey algún día y así convertirse en reina de Aragón, Sicilia y Nápoles y al parecer se lo propuso al rey se lo pidió en el festival de San Juan de Noche Vieja y este aceptó, pero la reina vivía.
Alfonso V envió a Lucrezia a Roma y solicitó al romano pontífice la anulación de su matrimonio, pero el Papa se negó. La única esperanza de Lucrezia era la muerte de la reina, pero era el rey el que estaba enfermo y murió el 27 de junio 1458 a los 64 años.
Cuenta la historia que el rey Alfonso paseaba por la calle con la intención de participar en la fiesta de la noche de San Juan y pasó por delante de la casa d'Alagno's, donde vivía la bella Lucrecia y entonces fue cuando Alfonso la conoció quedando impresionado por su belleza. Ella se le acercó con un vaso de cebada, ya que la tradición dice que las jóvenes tratan de prever su futuro amoroso a través del cultivo de cebada en pequeños vasos. Ella si dirigió al rey diciendo: "He sembrado cebada pensando en vos. Ahora espero su regalo"; y Alfonso, muy sorprendido, le ordenó a su tesorero que ofreciera a Lucrezia una bolsa con monedas. Ella tomó la bolsa y buscó un "alfonso pequeño", una moneda y dijo: "Un Alfonso es suficiente para mí", y se fue. A partir de entonces Alfonso y Lucrecia fueron amantes para siempre.