Primitivamente, MelKart fue una divinidad fenicia de Tiro, a
la que estuvo consagrado en principio el templo de Heracles en lo que fue la
antigua ciudad de Cádiz. Su culto se realizaba centrado en el fuego sagrado de
las ciudades; y se extendió por todas las colonias de Tiro.
Originariamente era un dios de la naturaleza, agrícola, del
campo, la vegetación, la fecundidad y la primavera. Su ritual comprendía ritos
de muerte y resurrección cíclicos de cadencia anual, que coincidían con las estaciones
del año.
También era deidad marina, tenía carácter sincrético que
también fue considerado “rey de la ciudad”, patrono de la ciudad de Tiro y que
se transformó también en dios de la colonización y de la protección de la
navegación, considerado por los tirios “el guía de sus viajes marítimos y
exploraciones”, de modo que le consagraron el templo fundado al mismo tiempo
que la ciudad de Cádiz en el otro extremo de la isla mayor, donde hoy conocemos
el islote de Sancti Petri y en el que, Aníbal
habría hecho el juramento de odio eterno a los romanos antes de marchar a
Sagunto y empezar la Segunda Guerra Púnica. Fue conocido en la antigüedad como
el santuario de Heracles o Heraclión.
El lugar en donde fue situado el templo inicial en Cádiz,
cerca del estrecho de Gibraltar, es donde se asentó la leyenda de la separación
de las Columnas de Hércules, en principio llamadas Columnas de Melkart por los
fenicios, más tarde Columnas de Heracles por los griegos hasta llegar al actual
nombre romano.
A esta divinidad se le atribuía la civilización de las
tribus salvajes de las lejanas costas, la fundación de las colonias fenicias y
la introducción de la ley y el orden entre los hombres. Se le representa, con
frecuencia, cabalgando en un hipocampo como atestiguan diversos restos
arqueológicos como las monedas.
Los griegos le
llamaban Melicertes y le comparaban con Heracles, por los atributos guerreros
que le caracterizaban.
En la época tardía fenicia
se le consideraba el dios del Sol, en unión con Baal y Moloch, que
representaban respectivamente a las fuerzas malignas y benignas del cielo. Consideraban
que se conducía alejando la hostilidad entre ambos y que, por tanto, su acción reducía
el efecto del fulgor solar en verano y de los fríos invernales; y por ese
motivo, en su altar, había un fuego perenne.
Este dios todos los días seguía a la esquiva Astarté hasta
que la encontraba en un punto remoto de Occidente, donde se esposaban; puede
entenderse como el discurso del día y la noche. El matrimonio trajo la
perdición de la diosa y la transformó en la dulce Ashera.