Por Ramón de la Campa Carmona
Hay determinadas cosas que no se pueden perder, porque forman parte de la tradición aquilatada a lo largo de los siglos, y que, a la par que identifican y distinguen, tienen un alto significado simbólico.
La oración, la súplica, siempre ha ido acompañada de gestos, porque el hombre necesita expresarse también a través del cuerpo.
En nuestra tradición cristiana la postura más antigua es la abrir los brazos, como Jesús en la Cruz, sometiéndose a la voluntad suprema, y volcar las palmas hacia Dios, acompañando la mirada, con las manos abiertas que imploran la fuerza divina.
Esta es la postura que presenta la imagen del Mayor Dolor en su Soledad de la secular cofradía de la Carretería desde que tenemos de ella memoria gráfica.
María, en el momento supremo del Calvario, ratifica su fiat de Nazaret y se encomienda al Padre, entregándose con su Hijo, como Nueva Eva, por la redención del mundo.
Este año la sagrada imagen estrena saya, símbolo del amor de una de sus hijas que, por medio de ella, como una ventana abierta al absoluto, reconoce a la Madre de Dios como su más seguro refugio. Sin parafernalias, sin alharacas, sin circo mediático... Simplemente en el diálogo entre Madre e hija. Esa es la auténtica devoción.
Estrena también vestidor, mi buen amigo Antonio Bejarano, que ha entendido perfectamente que esta postura forma parte neta de la significación de la imagen. Tan sólo una innovación, el abrir un poco más los brazos, lo cual no altera para nada el sello característico de la imagen.
Hay personas que, quizás, por las noticias, no habían reparado antes en ello y lo hacen ahora creyéndolo novedad, pero no es así aunque sí en cierto modo, es la perenne novedad de lo perfecto que nunca deja de conmover. Dixit.