Entre el quinto y el cuarto milenio antes
de Cristo, diversas culturas agrícolas se desarrollaron en el delta y el
valle del río Nilo. Los primeros pobladores de la Prehistoria evolucionaron paulatinamente de una sociedad de
cazadores-recolectores seminómadas a agricultores sedentarios.
La agricultura supuso un paso importante hacia una colaboración mutua entre los egipcios con el fin de controlar y aprovechar las crecidas del río y, por lo tanto, hacia la civilización. El Nilo era además el medio navegable que facilitó la comunicación entre zonas alejadas y propició una organización unificada.
De este modo, las distintas
culturas de Egipto se polarizaron en dos entidades políticas: el Alto y
el Bajo Egipto. En el Alto Egipto, la colonia más
importante era Nejen, cuyo líder llevaba una corona blanca en forma
de cono y su emblema era la planta del junco. En el Delta, la capital
era Buto; su líder llevaba una corona roja y su símbolo
fue la abeja. De este modo, las distintas culturas del valle del
Nilo se polarizaron en dos entidades políticas; el Alto y el Bajo
Egipto.
En Egipto la organización política surgió de la necesidad de
administrar, con la mayor eficacia posible, la construcción de canales
de riego para el cultivo. El mayor rango social lo ostentaba el
rey, quien estaba dotado de los poderes que garantizaban la
prosperidad del territorio.
Tras la unificación de las Dos Tierras y la concentración de
autoridad monárquica, fue necesaria la delegación de cargos que hiciesen
efectiva la administración. Los representantes directos del
rey en los asuntos civiles eran los visires, uno por cada Tierra.
Los sacerdotes eran los delegados para el servicio diario de culto
religioso en los templos. Se organizó un aparato burocrático
con un cuerpo de funcionarios, estrictamente jerarquizado, y se creó
una amplia red administrativa, que articulaba todas las actividades del
Estado. No quedó práctica alguna que no estuviese bajo
una fórmula de control administrativo.
La vida del rey (faraón) estaba regida por un ceremonial fastuoso.
Era la encarnación suprema de Horus, quien personificaba el orden del
cosmos frente al caos. El mantenimiento del ciclo vital,
entendido como una sucesión temporal repetida hasta el infinito,
quedaba garantizado por la legitimidad del rey. Con cada nuevo reinado
empezaba el «año uno», un nuevo periodo que restauraba tres
acontecimientos fundamentales: el restablecimiento del orden, el
triunfo de Horus sobre el enemigo y la unificación de los dos Egiptos,
representada en la protección del Bajo Egipto.
La sociedad estaba organizada de forma jerárquica y compuesta por
diversos grupos. La nobleza, altos funcionarios de la administración y
sumos sacerdotes percibían rentas en especies y gozaban de
los favores de una vida cortesana. Además, eran los dueños de las
tierras. Constituían la oligarquía gobernante y podían garantizarse una
resurrección, gracias a la construcción de lujosos
sepulcros. Ocupaban un rango inferior los funcionarios subalternos,
los técnicos, los escribas, los sacerdotes, los superintendentes, los
obreros especializados y los artesanos. El nivel social
más bajo estaba compuesto por los campesinos. Existían, por último,
diferentes formas de servidumbre, que limitaban la libertad individual.
Una práctica normal, realizada bajo contrato, era la
servidumbre de una familia completa comprada para el servicio de una
casa noble.
La esclavitud, entendida como la posesión de personas, se practicó con los prisioneros de guerra, en especial durante el Imperio Nuevo.
Texto compartido por Samir Hiweg, guía turístico de habla hispana-Egipto.