Fuente: La Catedral de los Mártires
Dos mártires de la guerra civil española nacieron un primero de julio (comparten por tanto cumpleaños con el autor de este blog): un sacerdote diocesano de Murcia y un lasaliano gerundense.
“Lo que sea de la Iglesia será de mí”
Pedro Sánchez Barba, de 41 años y natural de Llano de Brujas o Santa Cruz (ambas pedanías de Murcia), fue asesinado el 4 de septiembre de 1936 en Cobatillas (Murcia) y beatificado en 2013. Sacerdote secular y terciario franciscano, fue ordenado en 1919, era administrador del Seminario San José, de La Verdad y Consiliario de la Confederación Católica Agraria de Murcia, además de ecónomo desde 1931 de San Bartolomé, parroquia en la que implantó la Acción Católica. Ingresó muy joven en la Tercera Orden de San Francisco, cuyo cordón llevaba siempre ceñido interiormente a la cintura. Cuando fueron a incendiar el edificio de La Verdad, no quiso abandonar su puesto. Al ser quemada la puerta de San Lorenzo, temió por la iglesia de San Bartolomé y se quedó en vela toda la noche con algunos jóvenes de Acción Católica diciendo: “Lo que sea de la Iglesia será de mi”.
Su hermano Fulgencio hizo el 9 de enero de 1942 una declaración para la Causa General (legajo 1066, expediente 14, folios 182-183) según la cual a las 3 de la madrugada del 4 de septiembre “se presentaron en su domicilio del Llano de Brujas, unos milicianos, desconcidos por él, que golpearon a la puerta de la casa; dado el terror reinante no les contestaron los que en la casa había, y entonces conducidos por el criado que, durante muchos años, por lo menos 18, prestaba servicio en la casa, llamaron al compareciente por la ventana indicada para recibir los recados, diciendole que saldría por la puerta del patio ante los requerimientos del criado de que si no los milicianos prenderían fuego a la casa. El compareciente y su hermano José, al asomarse a la puerta, fueron amenazados por la patrulla de milicianos y conducidos a la carretera, donde se encontraban cuatro coches, en uno de los cuales estaba ya Baltasar Muñoz Martínez, estudiante de los frailes franciscanos al que le faltaba poco para ser ordenado. Los milicianos que los habían conducido hasta los coches regresaron de nuevo para la casa de los Sres. Sánchez Barba, en donde al practicar un registro hallaron al hoy mártir D. Pedro Sánchez Barba, que era sacerdote y administrador de la Editorial La Verdad. Al regresar con él hacia los coches, dejaron en libertad a D. José Sánchez Barba, pero no al compareciente, basados en que había negado la presencia en la casa de su hermano D. Pedro y entonces conducidos en distintos automóviles y naturalmente siempre custodiados por milicianos fueron conducidos al lugar conocido por Camino de la Atalaya, de la demarcación del Esparragal. Se formó un grupo constituido por D. Pedro Sánchez Barba, Don Fulgencio Sánchez Barba y Baltasar Muñoz Martínez, y a una distancia de dos metros, otro constituido por los siete u ocho milicianos que los habían allí conducido y que se encontraban encañonándolos con sus fusiles y pistolas. En esta posición, y siempre en actitud amenazadora e insultante, los requerían para que declarasen que eran fascistas, hablando solo el que hacía de jefe de grupo y estando respondiendo D. Pedro Sánchez Barba con esta frase: Conmigo hacer, como sacerdote que soy, lo que queráis, pero a mi hermano, que es el único amparo de mi madre que está imposibilitada, dejarlo libre; fue cuando sonó una descarga, e inmediatamente cayeron los tres cuerpos a tierra. El compareciente, al cual solo había alcanzado un proyectil que entrando por el lado izquierdo del pecho y salida por la espalda, milagrosamente no le interesó [el] corazón y de cuya herida tardó en curar unos ocho meses, con el brazo derecho sobre los ojos y conservando íntegras sus facultades mentales oyó como había quien hablaba de rematarlos a cuyo fin sonó de nuevo otra descarga y ya aunque continuaron discutiendo, sobre si debían de nuevo dispararles, no lo hicieron. Arrastrándose una vez que ya no sintió ruido ninguno por alrededor, pudo comprobar como su hermano D. Pedro y Fray Buenaventura estaban muertos. Hacia el cuarto de hora de ocurrir el hecho se presentaron dos individuos denominados por los apodos de Magaña y Pichota, buena gente que sin duda al oír los disparos por curiosidad fueron hasta el lugar donde se encontraba herido el compareciente que apoyándose en ellos, trató de salir a la carretera, distante de allí unos 200 metros, pero a los pocos pasos, y dada la magnitud de la herida y pérdida de fuerzas, no pudo hacerlo, siendo entonces cuando empezó a llegar gente que hacía toda clase de comentarios despreciando al herido, hasta que por fin el control de milicianos de Santomera fue a prestarle auxilio, siendo transportado en un turismo que por allí pasó al Hospital Provincial”.
Finalmente, añade Fulgencio Sánchez los nombres de los cabecillas y milicianos intervinientes en el registro y la ejecución, “auxiliados por el criado de la casa y suegro” de uno de ellos; y precisa “que las órdenes de detenciones salían siempre de los centros que dirigían los anteriormente reseñados y esto le consta por las conversaciones de los milicianos, que los buscaban siempre desconocidos en el lugar, y los cuales no se recataban de hablar pensando que los que los oían no habían de vivir”. Lo que no parece haber oído Fulgencio es que a su hermano lo conminaran a apostatar de la fe, como afirma Antonio Montero y otras fuentes, según las cuales el párroco habría respondido: “Eso jamás. Mi fe y mi vocación valen más que mi vida”.
Por su parte, Antonio Muñoz Martínez, hermano de fray Buenaventura -Baltasar Mariano, de 23 años- declara (folio 187) que el religioso fue detenido en su domicilio, y señala como sospechosos del crimen a “miembros de la UGT”, entre ellos el presidente del la Casa del Pueblo, Antonio Sánchez Jara. El otro hermano del sacerdote asesinado, José Sánchez Barba, opina (folio 188) que los milicianos eran “al parecer de Valencia” y “que los inductores fueron los componentes del Frente Popular de Llano de Brujas y los jefes del centro de Santa Cruz”, incluyendo entre los primeros al que “fue presidente de Unión Republicana de Llano de Brujas”.
Para hablar de los franciscanos asesinados en Murcia, prestó declaración el 23 de enero de 1942 el secretario de la orden en la provincia, Plácido Elcorobarrutia (folios 206-207), quien dice de fray Buenaventura que estudiaba en Orihuela y “huyendo de la persecución se refugió en su casa natal de Llano de Brujas”.
Joan Font Taulat (hermano Arnau Ciril de las Escuelas Cristianas), de 46 años y oriundo de Vilamadat (Girona), fue asesinado en Lleida el 22 de enero de 1937 (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2013.
Más sobre los 1.523 mártires de la guerra civil española, en “Holocausto católico”.
Dos mártires de la guerra civil española nacieron un primero de julio (comparten por tanto cumpleaños con el autor de este blog): un sacerdote diocesano de Murcia y un lasaliano gerundense.
“Lo que sea de la Iglesia será de mí”
Pedro Sánchez Barba, de 41 años y natural de Llano de Brujas o Santa Cruz (ambas pedanías de Murcia), fue asesinado el 4 de septiembre de 1936 en Cobatillas (Murcia) y beatificado en 2013. Sacerdote secular y terciario franciscano, fue ordenado en 1919, era administrador del Seminario San José, de La Verdad y Consiliario de la Confederación Católica Agraria de Murcia, además de ecónomo desde 1931 de San Bartolomé, parroquia en la que implantó la Acción Católica. Ingresó muy joven en la Tercera Orden de San Francisco, cuyo cordón llevaba siempre ceñido interiormente a la cintura. Cuando fueron a incendiar el edificio de La Verdad, no quiso abandonar su puesto. Al ser quemada la puerta de San Lorenzo, temió por la iglesia de San Bartolomé y se quedó en vela toda la noche con algunos jóvenes de Acción Católica diciendo: “Lo que sea de la Iglesia será de mi”.
Su hermano Fulgencio hizo el 9 de enero de 1942 una declaración para la Causa General (legajo 1066, expediente 14, folios 182-183) según la cual a las 3 de la madrugada del 4 de septiembre “se presentaron en su domicilio del Llano de Brujas, unos milicianos, desconcidos por él, que golpearon a la puerta de la casa; dado el terror reinante no les contestaron los que en la casa había, y entonces conducidos por el criado que, durante muchos años, por lo menos 18, prestaba servicio en la casa, llamaron al compareciente por la ventana indicada para recibir los recados, diciendole que saldría por la puerta del patio ante los requerimientos del criado de que si no los milicianos prenderían fuego a la casa. El compareciente y su hermano José, al asomarse a la puerta, fueron amenazados por la patrulla de milicianos y conducidos a la carretera, donde se encontraban cuatro coches, en uno de los cuales estaba ya Baltasar Muñoz Martínez, estudiante de los frailes franciscanos al que le faltaba poco para ser ordenado. Los milicianos que los habían conducido hasta los coches regresaron de nuevo para la casa de los Sres. Sánchez Barba, en donde al practicar un registro hallaron al hoy mártir D. Pedro Sánchez Barba, que era sacerdote y administrador de la Editorial La Verdad. Al regresar con él hacia los coches, dejaron en libertad a D. José Sánchez Barba, pero no al compareciente, basados en que había negado la presencia en la casa de su hermano D. Pedro y entonces conducidos en distintos automóviles y naturalmente siempre custodiados por milicianos fueron conducidos al lugar conocido por Camino de la Atalaya, de la demarcación del Esparragal. Se formó un grupo constituido por D. Pedro Sánchez Barba, Don Fulgencio Sánchez Barba y Baltasar Muñoz Martínez, y a una distancia de dos metros, otro constituido por los siete u ocho milicianos que los habían allí conducido y que se encontraban encañonándolos con sus fusiles y pistolas. En esta posición, y siempre en actitud amenazadora e insultante, los requerían para que declarasen que eran fascistas, hablando solo el que hacía de jefe de grupo y estando respondiendo D. Pedro Sánchez Barba con esta frase: Conmigo hacer, como sacerdote que soy, lo que queráis, pero a mi hermano, que es el único amparo de mi madre que está imposibilitada, dejarlo libre; fue cuando sonó una descarga, e inmediatamente cayeron los tres cuerpos a tierra. El compareciente, al cual solo había alcanzado un proyectil que entrando por el lado izquierdo del pecho y salida por la espalda, milagrosamente no le interesó [el] corazón y de cuya herida tardó en curar unos ocho meses, con el brazo derecho sobre los ojos y conservando íntegras sus facultades mentales oyó como había quien hablaba de rematarlos a cuyo fin sonó de nuevo otra descarga y ya aunque continuaron discutiendo, sobre si debían de nuevo dispararles, no lo hicieron. Arrastrándose una vez que ya no sintió ruido ninguno por alrededor, pudo comprobar como su hermano D. Pedro y Fray Buenaventura estaban muertos. Hacia el cuarto de hora de ocurrir el hecho se presentaron dos individuos denominados por los apodos de Magaña y Pichota, buena gente que sin duda al oír los disparos por curiosidad fueron hasta el lugar donde se encontraba herido el compareciente que apoyándose en ellos, trató de salir a la carretera, distante de allí unos 200 metros, pero a los pocos pasos, y dada la magnitud de la herida y pérdida de fuerzas, no pudo hacerlo, siendo entonces cuando empezó a llegar gente que hacía toda clase de comentarios despreciando al herido, hasta que por fin el control de milicianos de Santomera fue a prestarle auxilio, siendo transportado en un turismo que por allí pasó al Hospital Provincial”.
Finalmente, añade Fulgencio Sánchez los nombres de los cabecillas y milicianos intervinientes en el registro y la ejecución, “auxiliados por el criado de la casa y suegro” de uno de ellos; y precisa “que las órdenes de detenciones salían siempre de los centros que dirigían los anteriormente reseñados y esto le consta por las conversaciones de los milicianos, que los buscaban siempre desconocidos en el lugar, y los cuales no se recataban de hablar pensando que los que los oían no habían de vivir”. Lo que no parece haber oído Fulgencio es que a su hermano lo conminaran a apostatar de la fe, como afirma Antonio Montero y otras fuentes, según las cuales el párroco habría respondido: “Eso jamás. Mi fe y mi vocación valen más que mi vida”.
Por su parte, Antonio Muñoz Martínez, hermano de fray Buenaventura -Baltasar Mariano, de 23 años- declara (folio 187) que el religioso fue detenido en su domicilio, y señala como sospechosos del crimen a “miembros de la UGT”, entre ellos el presidente del la Casa del Pueblo, Antonio Sánchez Jara. El otro hermano del sacerdote asesinado, José Sánchez Barba, opina (folio 188) que los milicianos eran “al parecer de Valencia” y “que los inductores fueron los componentes del Frente Popular de Llano de Brujas y los jefes del centro de Santa Cruz”, incluyendo entre los primeros al que “fue presidente de Unión Republicana de Llano de Brujas”.
Para hablar de los franciscanos asesinados en Murcia, prestó declaración el 23 de enero de 1942 el secretario de la orden en la provincia, Plácido Elcorobarrutia (folios 206-207), quien dice de fray Buenaventura que estudiaba en Orihuela y “huyendo de la persecución se refugió en su casa natal de Llano de Brujas”.
Joan Font Taulat (hermano Arnau Ciril de las Escuelas Cristianas), de 46 años y oriundo de Vilamadat (Girona), fue asesinado en Lleida el 22 de enero de 1937 (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2013.
Más sobre los 1.523 mártires de la guerra civil española, en “Holocausto católico”.