Jacoba Félicié fue una mujer del siglo XIV que didicó su vida a curar a los enfermos. En el año 1322 es juzgada por la cúpula de la Facultad de Medicina de París, aunque a nuestros ojos contemporáneos no había cometido ningún delito, su supuesto crimen solo era ejercer como médico sin autorización y ser mujer.
El proceso vino a inmortalizar la vida profesional de esta mujer de la que sabemos fue una médico excelente gracias a los testigos que la conocieron; y que fue querida por la inmensa mayoría de sus pacientes.
Solamente contamos como fuente documental para el estudio de este personaje histórico el proceso en el que se le juzgó y donde se enfrenta al poder establecido de la Francia medieval. Ella contaba entonces unos 30 años de edad.
Jacoba era de origen alemán, nacida en una familia acomodada, siendo la única mujer en el juicio que aparece con el tratamiento de domina.
Ella se había convertido en una médico destacada en París, pero no habría recibido formación alfuna a nivel profesional ni universitario que pudieran avalarar sus prácticas médicas ni tenía ningún licencia oficial.
En el proceso son examinadas las declaraciones de siete testimonios contra Jacoba, que vinieron a poner de manifiesto que había seguido los mismos protocolos que aplicaban los médicos profesionales titulados y que en la gran mayoría de los casos fueron que aportados por los testigos, había logrado curar a los pacientes que habían acudido previamente a médicos profesionales, pero sin ningún éxito.
Jacoba desempeñaba sus funciones lo mismo que los médicos titulados oficiales. Ella observaba a los enfermos, le tomaba el pulso, inspeccionaba su orina, aunque no era la única mujer que practicaba de hecho, que no de derecho, la medicina.
Aunque estaba prohibida la práctica de la medicina por personas no universitarias que, además eran centros prohibidos a las mujeres, por la escasez de médicos, más aun en las zonas rurales, se hacía preciso que personas que tuviesen capacidades y conocimientos prácticos intentasen curar a los enfermos que lo necesitasen.
Fueron las mujeres precisamente quienes en el ámbito hogareño se dediquen, no sólo a las labores domésticas sino también al cuidado de sus hijos enfermos y demás seres queridos. Son las mujeres las que desarrollan valiosísimos conocimientos que, a la postre, sería aplicados a la medicina oficial.
Podíamos pensar que si eran tan necesarias por qué todo esto, por qué se la juzgó, la respuesta estaría en que Jacoba cobraba por sus servicios y se hizo famosa por su práxis profesional. Esta fue muy posiblemente la principal razón que la llevó ante el tribunal universitario.
Una mujer que se atrevía a ejercer la medicina sin haber estudiado, precisamente por ser mujer, era por tanto una bruja; y si se consideraba bruja, debía morir.
La sentencia la declaró culpable, fue amenazada de excomunión de continuar practicando su medicina o curanderismo, fue condenarla a no volver a ejercer su profesión y a una multa de 60 libras.
Habrían de pasas muchos siglos hasta poder ver que las universidades de Europa aceptaban en sus aulas a las mujeres con relativa normalidad.
Montserrat Cabré y Teresa Ortiz (eds.), Sanadoras, matronas y médicas en Europa, Icaria, 2001 (pág. 56).