Los socialistas, en la década de los años 30, vivieron sus propios demonios internos. Tres corrientes, tres almas irreconciliables que compartían, eso sí, una misma obsesión por el poder. El PSOE se desangraba entre teorías marxistas, obreros que levantaban el puño con el sudor en la frente y revolucionarios de verbo encendido. Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto fueron los nombres que dieron vida a esas facciones y lo hicieron con tal intensidad que aún hoy resuena su legado. Pero el éxito de Felipe González, allá en los años del cambio, no residió en ahondar en las cicatrices de la historia. El PSOE de la Transición, pragmático como pocos, prefirió dejar los fantasmas del pasado en el baúl, donde no estorbaran. No había que rendir cuentas por aquella República convulsa ni por la guerra fratricida que la siguió. Si algo quedaba claro, es que mirar hacia el futuro funcionaba mejor que jugar a desenterrar los viejos rencores, especialmente cu...