El
equipo de excavación que ha estado desde 1979 estudiando el yacimiento
del Castillo de Doña Blanca
anuncia que proto tendremos una publicación íntegra de los resultado
extraídos de uno de los asentamientos fenicios más importantes en
territorio españo, con un importantísimo cementerio datado
entre el siglo XIV a.C. y el siglo VIII a.C.
En
esta necrópolis se encontraron todo tipo de tumbas, desde hipogeos,
queson las cámaras subterráneas
excavadas en la roca de la montaña; túmulos, que ocultaban en su
interior grandes espacios para las cremaciones o tumbas individuales que
han ofrecido piezas de ajuar de lo más
espectaculares.
Según
el relato de los arqueólogos "en la falda de la Sierra de San
Cristóbal, frente a la ciudad
fenicia, se extiende la necrópolis de Las Cumbres, ocupando un
amplio espacio de casi 200 Ha. -dos millones de metros cuadrados-, cuyas
tumbas la ocultan la tierra y la retama espesa, como un
manto protector para evitar su expolio y destrucción. Al menos, de
gran parte de ella. Solo los trabajos arqueológicos, con sus datos
precisos y objetivos, nos informarán en qué porcentaje ha
sido dañada. Aguardamos hasta entonces expectantes a recibir los
resultados.
Cuando
llegamos aquí, en 1979, para iniciar la primera campaña de
investigación en la ciudad fenicia,
buscamos afanosamente, sin éxito, la necrópolis al otro lado del
río, como dictaminaban los cánones ortodoxos de los prebostes de la
arqueología, mientras la recorríamos sin saber que la teníamos
bajo los pies, subidos en los túmulos funerarios para otear su
ubicación en algún lugar inexistente. Pasados tres años, unos amigos y
colaboradores nuestros de El Puerto de Santa María, recorrían
Las Cumbres en una tarde de noviembre y, al atardecer, les
sorprendió un hermoso y oportuno chaparrón que les obligó a refugiarse
en una oquedad que resultó ser una tumba excavada en la
roca.
El
deseo, la casualidad y el destino marcaron un hito en la investigación
del lugar. La necrópolis, tan
deseada, había sido descubierta por una lluvia inesperada. Paradojas
de la arqueología. Pocas semanas después, nuestro querido y siempre
recordado guardián y cancerbero de la zona arqueológica,
Bermúdez -D. José Fernández Bermúdez-, halló, trabajados en relieve
en la roca, unos símbolos extraños, un círculo y lo que parecía un
creciente lunar. Resultó la entrada de otra tumba. A partir
de aquí las prospecciones han aportado numerosos datos sobre una de
las necrópolis más importante de la protohistoria occidental.
Cuando
se conocen las cosas, todo adquiere más sentido. Los suelos que
pisábamos, sin prestarles
atención, ahora adquieren un valor histórico y arqueológico que no
tenían para nosotros. El paisaje profano se ha convertido en un lugar
sagrado, los montículos en tumbas, los pozos casi
rellenos, las oquedades en la roca, los pequeños relieves y las
piedras caídas en tumbas de otro tipo, los arañazos en el suelo en
atarjeas por donde discurría el agua.
Después
supimos que la retama, que cubre este espacio, tiene una historia corta
en el tiempo, pues tres
milenios atrás en este paraje se alzaban pinos, acebuches y encinas,
la vida animada del bosque sagrado que se eligió para enterrar,
recordar y venerar a los muertos de varios siglos. Y, como el
tiempo es también muerte, hoy este lugar sagrado adquiere sólo
sentido como coto de caza de conejos, que horadan las frágiles tumbas de
tierra destruyéndolas a la vista de todos, y se alzan
también gigantescos postes de luz que también profanan el lugar
sacro sin que sepamos qué estropicios habrán ocasionado. De momento han
dañado al paisaje con sus estructuras metálicas
entrelazadas de cables.
Miles
de tumbas esperan ser excavadas, a revelarnos sus secretos más íntimos,
a regocijarnos con sus
datos funerarios de hace tres mil años. Hasta ahora se han excavado
sólo dos enterramientos, uno es un hipogeo, el que ostenta los símbolos
solar y lunar, y el otro un montículo artificial, al
que subíamos para divisar el horizonte a la búsqueda de la
necrópolis, que cobija más de ochenta individuos incinerados.
El
hipogeo se excavó en la roca calcarenita de la sierra sobre una pequeña
elevación y, al comienzo,
solo mostraba los símbolos del sol y la luna, uno mayor en el centro
y dos más pequeños en los extremos de la entrada. Fue una excavación
emocionante, por ser la primera tumba que se iba a
investigar, por su carácter de hipogeo y por los símbolos que
ostentaba como advertencia de un lugar sagrado del mundo de los muertos
del que no conocíamos nada en el mediterráneo occidental.
Consta de un patio de entrada reducido al que se accedía mediante
escalones, una habitación abovedada a la derecha y, al frente, la
entrada al espacio funerario también circular, taponado
mediante mampuestos trabados con barro. El espacio principal es
amplio, techo sostenido por una pilastra y las paredes pintadas con
almagra roja -un color sacro y funerario- y hornacinas para
ofrendas en las paredes. De su interior se han exhumado restos,
desmenuzados, de casi treinta individuos inhumados, con sus ajuares
cerámicos rotos, piezas metálicas de bronce y las cuentas de un
collar de plata y piedras importadas. Se data en los siglos XVII o
XVI a. de C.
El
túmulo -segundo enterramiento excavado- es de fecha posterior, del
siglo VIII a. de C., y bajo él
yace otro espacio funerario circular, de más de trescientos metros
cuadrados delimitado por losas, cuyo centro lo ocupa la pira para las
incineraciones -un espacio rectangular excavada en la roca
protegido en su entorno por muretes bajos de adobes- y más de
ochenta tumbas excavadas en la roca a su alrededor, cubiertas de
pequeños túmulos de piedras y dispuestas según los rangos sociales
de los individuos. Y entre ellas, restos de hogares, numerosas copas
partidas a propósito y huesos de animales, como testimonio de los
rituales y banquetes funerarios realizados en honor de los
muertos, como era habitual.
Cada
día de excavación era una experiencia irrepetible. Aquí, una tumba con
el vaso que contenía los
restos de la cremación y los ajuares que les correspondían según su
posición social en el grupo -vasos de cerámica, botellitas de alabastro
para perfumes, objetos de bronce pertenecientes a
fíbulas para los vestidos, broches de cinturón y cuchillos de
hierro-, más allá, en los espacios entre los enterramientos, pebeteros
para el incienso u otras plantas aromáticas, vasos para
contener la bebida -vino, cerveza u otra clase de líquido para
ingerir-, numerosas copas ricamente decoradas con motivos geométricos
para la bebida. Seis meses duró esta excavación, seis meses de
continua expectación, seis meses inolvidables para quienes
participaron: arqueólogos, estudiantes, obreros y los habituales que nos
acompañaban con frecuencia, todos entusiasmados. Y todos
soñando en la próxima campaña que nunca se ha realizado. Esto fue en
1986. Espero que la espera no sea sinónimo del olvido y que el deseo se
haga pronto realidad.
Fuente: lavozdigital.es