Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, es quien da nombre a
esta plaza sevillana que linda con La Campana y con San Hermenegildo, Oratorio
habilitado como parlamento de Andalucía antes de la restauración del Hospital
de las Cinco Llagas como sede del Parlamento de Andalucía.
Velázquez, hijo de una familia con ascendencia portuguese y,
por ende, de dudosa limpieza de sangre, recordemos que muchos los judíos y
musulmanes se refugiaron en Portugal cuando los Reyes Católicos dieron la orden
de expulsión allende las fronteras españolas. Esto constituía una sombra en su
genealogía que le hacía ardua la tarea de conseguir su más preciado sueño: ser
caballero de la Orden de Santiago, que por supuesto, exigía nobleza y limpieza
de sangre.
Velázquez era un hombre realizado casi por completo, pintor
afamado en su época, fue profeta en su propia tierra y creó escuela, fue pintor
de la Corte, pero no había conseguido su sueño aún. Una vez llegado este
momento se representaría en lo sucesivo a sí mismo con el hábito santiagués
portando la cruz de la Orden de Santiago en su vestimenta, símbolo que le hacía
a los ojos de todos parecer como el más honrado caballero santiaguista.
La Pintura Sevillana debe mucho a Velázquez, de ahí que lo
honre con una plaza presidida por una escultura suya. Habrá quien busque en la
Plaza del Duque la escultura de algún otro noble y no vea más que a un gran
pintor encima de la peana de la misma, es ese, el Duque, el Duque de Velázque,
Diego Rodrigue de Silva y Velázquez, uno de los pilares de la pintura barroca
sevillana y de la pintura universal, que reflejó como nadie la sociedad de la
época, tanto en las más altas como en las más bajas esferas, osando usar como
modelos a los personajes más vulgares que encontraba y, convirtiéndolos en
dioses a alguno de ellos, recordemos por ejemplo La Fragua de Vulcano, o Los
Borrachos.