Entre los más antiguos maestros de obras de la Catedral de Sevilla está Charles Galter, llamado El
Maese Carlín, un francés procedente de Normandía que ya tenía experiencia en la
construcción de otras catedrales europeas, época en la cual imperaba el gótico,
los pináculos de la catedral son una altísima expresión del más puro gótico
flamígero. El maestro, al parecer, habría venido a Sevilla por razones
políticas, se cree que huyendo de una de las contiendas bélicas más fuertes de
todos los tiempos: La Guerra de los Cien Años.
El símbolo
que indica que la catedral estaba concluida, o sea, que la podían dar por
concluida, porque en adelante la construcción continuó, fue la aposición el día
10 de octubre de 1506 de la piedra postrera, lo cual tuvo ocasión en la parte
más alta del cimborio. Se terminaba, pero sólo simbólicamente, es decir, el
templo quedaba abierto y dispuesto al culto aunque no dejara de perfeccionarse
con el tiempo, muestra delo cual es la sucesión de distintos estilos arquitectónicos
que llegan hasta el Neoclásico. Tal es así que se incrementa y cuida la
decoración en el interior del templo, se añaden dependencias, se repara,
restaura y modifican zonas en el transcurso de los años, dando lugar a la
maravilla arquitectónica que hoy pueden contemplar nuestros ojos.
Hasta ha
llegado a cambiar de color en alguna de sus partes, tal fue el efecto que un
producto aplicado para la limpieza y restauración de la piedra, produjo
sumándole un extraño color rojizo a la zona Este, producto aplicado a sabiendas
de que progresivamente volvería a su color natural.
La zona
afectada conecta la Plaza del Triunfo, presidida por la Inmaculada, imagen que
se erige en representación de la fidelidad y abanderamiento de Sevilla al dogma
de la Inmaculada Concepción de María.
La obra de
la catedral fue tan magníficamente hecha, además de magna su factura por
extensión y altura, que ni el mismo terremoto de Lisboa, que afectó a la zona
profundamente debido a su intensidad, consiguió hacer más que daños menores
allá por 1755.