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Entre los siglos IX y X en Castilla y León


 

Alfonso III el Magno (866-910), hijo de Ordoño I, fue una figura destacada en la Alta Edad Media peninsular. 

Su ascenso al trono estuvo marcado por una serie de episodios turbulentos en la lucha por el poder. 

Fruela Bermúdez, conde de Galicia, usurpó temporalmente el trono asturiano, pero fue derrotado y asesinado por los partidarios de Alfonso, quien contaba con el apoyo del conde Rodrigo de Castilla.

Durante el reinado de Alfonso III, se produjeron numerosos enfrentamientos con el emirato de Córdoba, con alternancias de avances y retrocesos territoriales que llevaron a incursiones hasta Mérida y Badajoz. 

Alfonso III consolidó los principios de sucesión dinástica y patrilineal, brindando estabilidad al reino, pero no logró superar el estadio de las mandaciones, esto impidió una monarquía centralizada y homogénea.

El proceso de repoblación durante su reinado se llevó a efecto en tres áreas principales: 

  • Galicia y Portugal (entre el Miño y el Duero), 
  • Castilla (alcanzando el Arlanza y Haro) y 
  • León (hasta el Duero). 

La repoblación fue realizada con la ayuda de 

  • magnates nobiliarios 
  • y eclesiásticos que trajeron campesinos autónomos, reflejando en la toponimia de algunas localidades sus diversas procedencias, como Toledo, Galicia, Vasconia y Castilla. 

Esta expansión territorial contribuyó a la formación del reino asturleonés.

La división del territorio entre los hijos de Alfonso III resultó en tres áreas políticas: 

  • Asturias para Fruela, 
  • Galicia para Ordoño
  • León y Castilla para García. 

García I (910-914) centró las actividades de la dinastía en el territorio leonés, trasladando la capital a León en 913 y estabilizando la frontera en el Duero. 

Ordoño II (914-924) unificó las tierras castellanas, leonesas y galaico-portuguesas bajo su mandato, estableciendo la frontera con los musulmanes en el Duero.

El reinado de Ramiro II El Grande (931-951) fue crucial para contener las incursiones musulmanas lideradas por Abderramán III, destacándose la batalla de Simancas en 939, donde se alcanzó una gran victoria cristiana. En este tiempo, la idea imperial comenzó a tomar forma, influenciada por el legado de Carlomagno, esta es la razón de que algunos reyes se intitulen como emperadores o imperator rex.

La rebelión de Fernán González marcó un síntoma de debilidad en el reino leonés. 

Los condes levantiscos, inicialmente apresados y luego restituidos, se vincularon al linaje de Ramiro II a través del matrimonio entre su hijo Ordoño y Urraca, hija de Fernán González. 

La independencia de Castilla se consolidó durante el reinado de Ordoño III (951-956), aunque estuvo marcado por revueltas internas.

Sancho I alcanzó el trono leonés en 956, pero fue destronado por la nobleza dos años después. 

Las luchas internas fueron aprovechadas por Abderramán III, califa que restituyó a Sancho I el Craso (960-966), creando un protectorado musulmán sobre el reino leonés. 

Bajo el mando de los hijos de Ordoño II, Alfonso IV el Monje (926-931) y Ramiro II el Grande (931-951), el reino experimentó tanto períodos de paz como de conflicto, consolidando su frontera en el Duero y enfrentando incursiones musulmanas.

Los reinados de los últimos monarcas del siglo X estuvieron marcados por la inestabilidad política, con la ilegitimidad de Bermudo II (985-999) y la minoría de Alfonso V el Noble (999-1028). 

Durante estos años, la nobleza galaico-portuguesa tuvo un papel predominante, mientras que el califato de Córdoba, en su mayor esplendor bajo Almanzor, llevó a cabo incursiones devastadoras, incluyendo el saqueo de Santiago de Compostela en 997.

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