Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva y el ejército de Alqama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de la cueva […].
Alqama mandó comenzar el combate y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos,
se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron
saetas.
Pero, al punto, se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Santa Virgen María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y, como Dios no necesita las lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los cristianos salieron de la cueva para luchar contra los caldeos; emprendieron estos la fuga, se dividieron en dos sus destacamentos; y, allí mismo, fue al punto muerto Alqama y apresado el obispo Oppas.
En el mismo lugar murieron ciento veinticinco mil caldeos. Los sesenta y tres mil restantes subieron a la cumbre del monte Auseva y por el lugar llamado Amuesa descendieron a la Liébana. Pero ni estos escaparon de la venganza del Señor; cuando atravesaban por la cima del monte que está a orillas del río llamado Deva, junto al predio de Cosgaya, se cumplió el juicio del Señor: el monte, desgajándose de sus cimientos, arrojó al río los sesenta y tres mil caldeos y los aplastó a todos.
Crónica de Alfonso III (s. x)
Ed. A. Ubieto Arteta, 1961
Dice Isa ben Ahmad al-Razi que:
... en tiempos de Anbasa ben Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces, empezaron los cristianos de al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder […]. Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país […] y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca.
La situación de los cristianos llegó a ser penosa y, al cabo, los despreciaron diciendo: "Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?".
Al-Maqqari, Nafh al-tib (s. xvii)
Gruta de Covadonga (Asturias).
La visión cristiana de la batalla de Covadonga, muestra el providencialismo de la cronística medieval cristiana que atribuye la victoria a la intervención divina, mientras que son tildados de politeistas por los sarracenos. Este insulto deviene del dogma de la Santísima Trinidad que describe a Dios como la confluencia de tres personas en una: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas en una y un solo Dios verdadero. Mientras los moros stodo lo justifican diciendo que Alá es grande y que Mahoma es su profeta, negando todo el Antiguo Testamento y la divinidad de Jesucristo al que si acaso, consideran como un profeta.
El relato musulmán resta importancia al episodio bélico que es minusvalorado, todavía quedaban muchas batallas por ganar, pero la final no la ganó el musulmán, sino los Reyes Católicos, el ejército y la ciudadanía natural de estas tierras hispanas que había unido fuerza militar, había unificado reinos, hasta completar la heráldica que aparece en el escudo de los Reyes Católicos.
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Fuente de las transcripciones: José Ignacio Ortega Cervigón: "Breve historia de la Corona de Castilla".