Teodoto de Bizancio fue el principal impulsor de esta herejía cristológica influido por corrientes ebionitas y gnósticas.
Sostiene que Cristo era un hombre común o un ángel, según las corrientes adopcionistas más antiguas. Habría nacido de la Virgen María sobrenaturalmente por obra del Espíritu Santo.
Su condición divina la recibe durante el bautismo al ser ‘adoptado’ como Hijo de Dios en el río Jordán, pero otros adopcionistas sitúan este hecho después de su resurrección. Por lo que en consecuencia, el Verbo o Logos era una fuerza de energía divina que temporalmente entró en Cristo para poder ejercer su misión mesiánica.
Teodoto fue excomulgado por el papa San Victor I (192-201),
pero consiguió formar una comunidad de seguidores en Roma, quienes con el fin
de defender estas doctrinas, recurren a las Sagradas Escrituras y al pensamiento clásico de filósofos como Aristóteles, Platón y
Euclides.
Otros representantes importantes de esta herejía adopcionista
fueron Teodoto el Joven, que afirmaba que existía una especie de
intermediario entre Dios y los ángeles, Melquisedec, y principalmente, Pablo de
Samosata, obispo de Antioquía entre 260-268;
y el obispo de Sirmio, Flotino que fue excomulgado en el año 351. En sus
predicaciones comenzó Pablo a negar la doctrina trinitaria así como la
divinidad de Cristo, motivo por el cual se convocó en el año 264 un sínodo
con la finalidad de exigirle la retractación de sus opiniones. Su
actitud dubitativa motivó su excomunión en un nuevo sínodo
(268) en el que se le depuso del cargo eclesiástico que
ostentaba.
Hubo una versión más antigua y mitigada del
adopcionismo en
el curso de la historia, antes de la aparición de Teodoto de Bizancio y de Pablo de Samosata, entre los años 140-150 en el pensamiento
de Hermas que se supone de origen judío y, hermano del papa S. Pio
I (142-157); y autor de
“El Pastor’. Según su pensamiento Cristo es el siervo escogido o adoptado
por Dios, donde habita el Espíritu Santo y que no es concibido como
persona sino como potencia divina, participando de sus privilegios con
motivo de su fidelidad.
En el discurso del siglo VIII reaparece el adopcionismo
que reformula el obispo de Urgel, Félix y Elipando de Toledo. La
herejía es condenada durante el segundo Concilio Ecuménico
de Nicea (787) solemnemente y después por el papa Adriano I en el año 794.