Es una de las herejías más importantes su nombre viene a su promotor, el sacerdote libio y de origen judío, Arrio (256-336), que estaba dotado de una gran elocuencia y erudición. Fie discípulo de Luciano de Antioquía que había sido el fundador de una célebre escuela teológica; y fue ordenado sacerdote desempeñando su ministerio en Baucalis, que era una de las nueve iglesias de Alejandría.
A la edad de 60 años (320) comenzó a predicar sus doctrinas de descarnado realismo teológico tendente a eliminar cualquier sentido de ‘misterio’ que, para muchos, se había debidp a la fuerte influencia de las escuelas filosóficas en voga como el aristotelismo, estoicismo, platonismo, y muy especialmente las enseñanzas del judío alejandrino, Filón.
Sus ideas se
impusieran rápidamente entre sus contemporáneos gracias al poso de influencias de grandes filosofías a lo que Arrio añadía que
Dios era uno, trascendental al mundo, en el que no había más que un
principio, el Padre. No begaba de forma explícita el dogma de la Trinidad, la comprensión que hacía de la misma lo alejó
de la ortodoxia definitivamente.
Con respecto a los términos
engendrado y creado, entendía que el Verbo no podía ser equiparado a
Dios-Padre puesto que Aquél era la primer creación de Dios, y superior a
todas las demás, a tal entidad la solía designar como Logos, Sophía
y Dios, pero aclarando que el Hijo no era igual ni consustancial al
Padre, porque entre el Verbo y Dios existía una diferencia abismal.
Arrio afirmaba:
... “el
Hijo no siempre ha existido (...), el mismo Logos de Dios ha sido creado
de la nada, y hubo un tiempo en que no existía; no existía antes de ser
hecho, y también El tuvo comienzo. El Logos no es verdadero Dios. Aunque
sea llamado Dios, no es verdaderamente tal”.
En consecuencia, el Hijo para
Arrio era una especie de Demiurgo,
o un segundo Dios, intermediario entre Dios y lo demás creado, sus
criaturas; no engendrado sino creado, y que tuvo a su cargo, fue el autor de la creación.
Se pronunción con enérgico rechazo a la doctrina de la generación para impedir, por considerarlo inadmisible, una visión dualista del Dios uno y
único.
No llegó a negar la Encarnación del Verbo, pero creía que Cristo no era una persona divina, ya que el Logos
encarnado no era verdadero Dios. consideraba que el Verbo al encarnarse ocupó el lugar del alma
humana, por lo que Cristo carecería de ella. Con respecto al Espíritu
Santo, resaltó su
condición de creatura, pero de un rango aún inferior.
El arrianismo tuvo rápida difusión por el imperio romano, principalmente entre los cuadros
militares, nobles y hasta el clero, principalmente en el norte de Africa y
en Palestina; pero no así con respecto al común del pueblo.
Frente a la herejía arriana actúa el
obispo de Antioquía, Alejandro, generándose fuerte controversia entre los dos partidos en pugna: el católico y el
arriano. El emperador Constantino I, el Grande
(280-337) que en principio estuvo al margen, junto con el papa San
Silvestre I (313-335) decidió convocar a un concilio para resolver el
asunto. Previo a ello, en el año 324, y gracias a la prédica del obispo
de Córdoba, Osio, se convocó a un sínodo donde Arrio y sus doctrinas
fueron condenadas. Así, un 30 de mayo del año 325, en Nicea, se llevó a
cabo el I Concilio Ecuménico, en el que participaron 318 padres
conciliares entre los cuales se encontraban los legados del Papa y los
representantes del arrianismo. Estos últimos al negarse a firmar el ‘Símbolo de Nicea’ que reafirmaba el llamado ‘Símbolo de los Apóstoles’
y la Encarnación del Verbo, como la condena impuesta a las doctrinas de
Arrio, terminaron por retirarse del concilio.
El
texto que se dispuso fue:
“Creemos:
en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de lo visible e invisible, y
en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado unigénito del
Padre, es decir, de la misma sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de
Luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado, no creado,
consubstancial al Padre, por el cual todas las cosas fueron hechas, las
celestes y las terrestres, el cual por nosotros los hombres y por nuestra
salvación bajó y se hizo carne, se hizo hombre, padeció y resucitó al
tercer día, subió a los cielos, vendrá a juzgar a vivos y a muertos. Y
en el Espíritu Santo.
Más
lo que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado
no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hypóstasis
o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los
anatematiza la Iglesia Católica”.
Se reafirmó que Cristo no es un segundo Dios o semi-Dios,
sino Dios como el Padre y sólo Dios es el único mediador a
través del Logos o Verbo, el Hijo de Dios que es Dios, como el Padre es
Dios. Por tanto, sólo Dios puede realizar la divinización a través
de la Encarnación y de la Redención.
Arrio no se retractó siendoy fue por ello
desterrado, continuó difundiendo sus doctrinas heréticas
hasta lograr el favor y la protección de gran parte de la nobleza, ejército
y clero. El emperador Constantino ya había relajado en
mucho sus medidas contra los arrianos, lo que les permitió acosar al obispo Atanasio, y lograr que sufriera su primer
destierro en el año 335; sufrío durante su vida, cinco
destierros ordenados por diversos emperadores (Constancio, Juliano el apóstata
y Valente) que ocuparon una buena parte de su vida. En el año 366 fue rehabilitado en su sede episcopal por
el emperador Teodosio, el Grande, puesto que ocupó hasta su muerte en el
año 373.
A pesar de los esfuerzos de los arrianos para lograr
su rehabilitación, Arrio murió antes en Bizancio (336), sus
seguidores decidieron continuar su labor y se extendieron por inmensas
regiones de Europa, particularmente Alemania logrando la conversión de los
pueblos visigodos y llegando también a España y a las regiones del norte de
Africa.
Llegan al trono imperial de Constancio (350) y el
arrianismo se convirtio en su religión oficial. De este modo los arrianos pudieron convocar diversos sínodos y concilios, como los de Sirmio
(351), Tracia (359) y Constantinopla (360) imponiendo la fe arriana.
La incertidumbre de los defensores de la
ortodoxia duró hasta la llegada al trono de Teodosio El Grande
(379-395), que convocó con el papa san Dámaso I (366-384) un
nuevo concilio ecuménico, el I de Constantinopla (381). Allí fue
confirmado el ‘Simbolo de Nicea’ y condenadas nuevamente las doctrinas
arrianas, teniendo entre sus máximos detractores San
Atanasio, San Gregorio Magno y el obispo de Córdoba (España), Osio.
Si
bien el arrianismo decayó en el s. VII definitivamente, pero dejó una variante a la que se la llamó semi-arrianismo, y muchas de sus
teorías –principalmente las cristológicas y trinitarias- renacieron
con la Reforma Protestante (s. XVI) bajo las ideas de Miguel Servet y por
los antitrinitarios liderados por Fauso Socino, entre otros. Contemporáneamente,
fueron recogidas por numerosas sectas como los Testigos de Jehová.