Surgimiento en el siglo V y tiene posterior difusión. Esta herejía se debe al monje inglés,
Pelagio (354-427) y a su discípulo, Celestio; que creían que el
hombre por sí mismo, sin intervención de la Gracia y sólo ejercitando
las virtudes morales y religiosas contenidas en los Evangelios, podía
evitar el pecado y conquistar la vida eterna.
El
hombre no podía haber sido creado por Dios como un ser inferior a su
destino de eternidad.
El bautismo se trataba un mero símbolo de iniciación
cristiana, quitándole toda significación para la salvación. La Gracia
era relegada a iluminación de la voluntad humana, pero sin
afectarla ni transformarla.
La redención de Cristo carecía de mayor significación que
la de ‘invitar’ al creyente a transitar una vida de virtud, sin que la
misma haya afectado en lo más mínimo a la humanidad.
San Agustín se enfrentó decididamente al pelagianismo,
que por entonces ya se había extendido por todo el norte de Africa, por las actuaciones Celso y el obispo Juliano; por el sur de Italia y Palestina.
Todas las doctrinas pelagianas fueron condenadas
en los concilios de Cartago (411 y 416), Milevi (416) y por el papa Zósimo
(417-418) reiteradamente.