Monofisísmo o eutiquianismo (s. V) es una herejía y cisma promovido por el archimandrita de los monjes cirilianos de Constantinopla, Eutiques (+ 454), y se remonta a su rechazo a la confesión cristológica conocida con el nombre de ‘Símbolo de la Unión’ (433).
Después del Concilio Ecuménico de Nicea (431) estalla una crisis entre los seguidores de la escuela de Alejandría y de la de Antioquía, situación que provocó que el Patriarca de Antioquía, Juan, formulara el ‘Símbolo de la Unión’ para zanjar las diferencias existentes. En este símbolo se afirmó que:
“Confesamos a nuestro Señor Jesucristo, unigénito de Dios, perfecto en cuanto Dios y perfecto en cuanto Hombre, con verdadera alma y verdadero cuerpo, que según la divinidad nación del Padre antes de todos los tiempos y según la humanidad; pues hubo una unión de dos naturalezas, y por eso confesamos un solo Cristo, un solo Hijo, un solo Señor, considerando esta unión sin mezcla, confesamos a la Santa Virgen, como madre de Dios, pues de Dios-Logos se hizo carne y hombre, y en la Encarnación se unió al Templo asumido de Ella” .
A pesar de los acuerdos entres las dos escuelas, Eutiques no lo aceptó y sus doctrinas tuvieron por origen la lucha contra la herejía nestoriana, sin advertir que caía en el error opuesto, porque al cuestionar la naturaleza y la persona de Cristo, terminaba por negar lo que quiso defender. Eutiques sostenía que la naturaleza humana de Cristo había sido absorbida por la divina, produciéndose la unión física de lo humano y divino en una sola naturaleza (fisis), o sea la divina. De esta forma se negaba la realidad de la naturaleza humana de Cristo que, al ser absorbida por la divina, la carne no sería sino mera apariencia.
Flaviano (Patriarca de Constantinopla) decidió excomulgar a Eutiques (448). Advertido de la situación el papa san León I, el Magno (440-461), un 13/8/449, envió a Flaviano una carta conocida como ‘Tomo a Flaviano’, Tomus ad Favianum, en la que se condenaban las enseñanzas de Eutiques y se confirmaba la verdadera doctrina de la Iglesia.
Eutiques buscó amparo dentro de la corte imperial y del Patriarca de Alejandría, Dióscoro. Convencido el último, intercedió a su favor ante el emperador Teodosio II (401-430), promoviendo la necesidad de convocar concilio que resolviera la cuestión de los monofisistas. En el año 449, fue convocado concilio en Efeso, presidido por el Patriarca Dióscoro. Éste impidió la participación de los legados papales, logrando retener para sí la dirección del concilio. Acalladas las voces opositoras (y defensoras de la sana doctrina) y habiendo captado el apoyo imperial, el concilio concluyó con la rehabilitación de Eutiques y sus doctrinas.
En la historia de los concilios, éste concilio es conocido como el ‘Latrocinio de Éfeso’, que fue severamente condenado por el papa León I.
A la muerte del emperador Teodosio II (+ 430) y la llegada al trono de su hermana, Pulqueria que casaría después con el senador Marciano; la suerte de Eutiques y sus seguidores cambiaría radicalmente.
En el año 451 se convocó nuevo Concilio ecuménico en Calcedonia. En el mismo participaron 630 padres conciliares, siendo presidido por los legados papales. En su 5° sesión, además de condenarse las doctrinas de Eutiques como las de Nestorio, depuso a Dióscoro de la titularidad de la silla patriarcal que ostentaba.
Lo más trascendente fue la proclamación solemne de la doctrina según la cual, Cristo, persona divina, tiene dos naturalezas (humana y divina), distintas y no divididas, unidas y no confusas, quedando el dogma definido en los siguientes términos:
“Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Heb. 4,15); engendrado del Padre antes de los siglos, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, la madre de Dios, según la humanidad; que se ha de reconocer a uno y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito, en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino considerada la propiedad de cada naturaleza, y concurrente en una persona y una hipóstasis, sino y el mismo Hijo unigénito Dios Logos, Señor Jesús Cristo, como de antiguo acerca de él no enseñaron los profetas y el mismo Jesús Cristo, y nos lo ha transmitido el símbolo de los padres”
Los monofisistas que se negaron a suscribir las definiciones conciliares de Calcedonia decidieron provocar un cisma, dividiéndose entre sí en diversas corrientes. Así tenemos los liderados por Jacobo Bardai Sanzoli, obispo de Edessa (541) cuyos seguidores se autodenominaron ‘jacobitas’ instalando sus principales enclaves en Siria y Armenia. En 1646, un importante grupo de ‘jacobitas’ regresaron a la comunión con Roma, creándose para ellos el Patriarcado de Alepo (Siria). También el monofisismo, en sus diversas vertientes, influyó grandemente a los cristianos de Egipto (coptos) y Etiopía, como así también a los de Armenia, cuya Iglesia aceptó las doctrinas monofisistas elaboradas por el Patriarca de Alejandría, Pedro Mongo (junto al de Constantinopla, Acacio),compilación generalmente conocida bajo el nombre de ‘Enótico’.
Entre sus defensores del monofisismo merece destacarse a Julián de Helicarnesio. Durante el s. VI, la aparición de Severo de Antioquía dio un nuevo impulso a la herejía, cuya impronta fue denominada como ‘verbal’. Severo creía que en Cristo había una sola naturaleza (físis) pero entendida en sentido puramente personal, concreto e independiente, sinónimo de ‘hypóstasis’. Sus seguidores en la actualidad se concentran en algunos lugares de Armenia, Siria, la Mesopotamia y Egipto. En nuestros tiempos, son cinco las Iglesias no-calcedonianas, las que solo reconocen la validez de los tres primeros (Nicea, I Constantinopla y Efeso). Ellas son: la Iglesia siria ortodoxa (o jacobita); la Iglesia Copto-ortodoxa (Egipto); la Iglesia etíope ortodoxa y la Iglesia malabar ortodoxa (India). Si bien hay comunión entre ellas, se caracterizan por guardar una fuerte autonomía. Durante siglos estas Iglesias se mantuvieron virtualmente aisladas del resto de la Cristiandad, aunque en los últimos tiempos y como fruto del diálogo ecuménico, se han entablado un tímido acercamiento tanto con la Iglesia Católica como con la Ortodoxas.
Fuente: ono.es Herejías